lunes, febrero 1

UNA VIDA. UN TESORO

Carlos visitaba, en una ciudad pequeña, de lejanos países, un cementerio local. Leía las inscripciones de cada nicho y no se creía lo que estaba viendo. Todas las inscripciones indicaban pocos años de vida: cuatro años, tres años, dos años y medio, un año y medio, un año. 

¿Habían muerto todos siendo niños? ¿No había adultos? Ante la extrañeza de su rostro, su acompañante le dijo: “No te confundas, Carlos, todos han fallecido siendo adultos”. “Entonces, ¿por qué ponen esas edades tan cortas?”. 

Su acompañante le refirió que, en ese pueblo, cada persona llevaba una libreta personal. Allí anotaban los momentos intensos, los momentos de plenitud que habían vivido en su vida. Eran muy celosos de esa libreta. Allí sumaban el tiempo que su vida había sido completa. 

Ahora, quedaba reflejada, en las inscripciones, la vida de sus libretas. No la vida biológica que había transcurrido. Carlos quedó pensativo. Pensó que era gente muy sabia. Pero también pensó  que
perdemos nuestra vida en errores, confusiones y debates que hacen la vida vacía de contenido y momentos desagradables que no merecen ser vividos.

Carlos salió de aquel pueblo con una decisión muy firme. Iba a vivir de otra manera su propia vida. Una vida con pensamientos de plenitud. Una vida, donde iría dejando marchar, los pensamientos erróneos que quitaban el contento y la vitalidad.

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