martes, febrero 2

EL MIEDO, LOS MIEDOS

Este relato podría llamarse “Cómo deshacer el miedo, los miedos” y pretende mostrarnos desde una perspectiva lejana – una niña -, cómo los miedos que sentimos hacia tantas cosas: imágenes, acciones, personas, nosotros mismos.. nos atenazan y nos hacen huir en la dirección opuesta, sin querer ver lo que tenemos delante, sin mirarnos de frente y reconocer por qué algo nos asusta. Preferimos soñar, seguir ciegos o simplemente huir.

SUNNA

Cuando sunna cumplió siete años, supo que su vida había terminado. Al menos la vida tranquila y pacífica de los niños pequeños. En el pueblo de Sunna, todas las niñas al cumplir su edad pasaban a ser las responsables de traer el agua a casa. Alguien la sacudió con firmeza y el sueño dio paso al resplandor de la luz temprana. 

- Sunna, ya es hora. Sunna, hija, ¿sabes qué día es hoy, verdad? Es tu séptimo cumpleaños. Ha llegado el momento y tú has de traer el agua para la familia. 

- Madre, sabes que la fuente está lejos, hay que atravesar el bosque, donde todo es oscuridad…y aún soy pequeña.

- Hija, todos crecemos alguna vez, vamos. 

Sunna caminaba despacio, con la vasija en la cabeza, como si no quisiera llegar nunca. Cuando divisó los primeros árboles del bosque, sintió un escalofrío. Era una mancha de color verdoso. Crecía, crecía y pronto se elevó sobre ella. Percibió sombras y sonidos nuevos. Se levantó un golpe de viento y la sacudió. 

- No puedo -, gritó

No puedo. Soltó la vasija, cerró los ojos con fuerza y echó a correr en la dirección opuesta, ciega, con la oscuridad de la que huía dentro de sus ojos. Algo la sujetó con firmeza. 

- ¿Dónde vas así, niña? ¿Qué te pasa?

Una mujer mayor, pero no anciana, la miraba con curiosidad.

- ¡Oh, me he asustado de un gran ruido, quizá un trueno o un animal salvaje, y he corrido sin mirar atrás. 

- Ni hacia delante, hija. Si no te sujeto, te habrías caído al lago. 

- ¿Quién eres? ¿Qué haces tú sola?

- Me llamo Sunna, y voy…a visitar unos parientes. 

En los ojos de la mujer brilló un destello de sombra, pero Sunna no lo vio porque le daba miedo mirar de frente.

- Bien, Sunna, “que corre con los ojos cerrados y visita a parientes lejanos”, ¿quieres sentarte a mi lado y hacerme compañía? Toma, come algo y te contaré una historia.

Y escuchó muchas historias. De pronto abrió los ojos, se miró en el agua. 

- ¡Qué uñas más largas! ¡Qué cabellos tan sucios!

La mujer la miraba en silencio y la sombra bailaba en los ojos. Y Sunna la vio. 

- ¡El agua, mi vasija! He de irme. 

Se alejó todo lo más rápido que pudo. – Qué sucia estoy- pensó y se agachó a lavarse, a frotarse las manos y el pelo. Se sintió mejor y tomó un camino que se alejaba del lago. 

- Debería volver, me estarán esperando, pero…el bosque, el bosque. 

Cavilando en todo esto, llego a un pueblo parecido al suyo. Detrás de él se erguía una montaña no muy alta. Encontró a unos niños y se puso a jugar. La noche les sorprendió y Sunna descansaba cada día en una casa, la invitaban y no le preguntaban nada. El tiempo pasó. Un día la montaña habló por medio de un temblor. 

- ¿Qué es ese temblor? – preguntó a los demás niños. 

- No sabemos. No lo entendemos. Cuando la montaña habla bajito, como ahora, no hacemos caso; pero cuando grita fuerte, tenemos miedo y estamos en casa sin salir hasta que calla.

- Eso no está bien – Habló Sunna –La montaña está aquí cerca, podemos llegar hasta ella y ver qué quiere. 

- Oh, no. Nadie ha hecho eso nunca – dijeron los niños.

- Yo iré y le preguntaré qué le pasa. 

Salió del pueblo dejando atrás a los niños, las casas y pronto llegó a las mismas faldas de la montaña. Ascendió lentamente, pensando cómo se le habla a una montaña, porque ella tampoco lo había hecho nunca. Cuando llegó arriba supo lo que tenía que hacer. 

- ¿Cómo te llamas, montaña?, ¿Qué te pasa?

- Me llamo Diamante Encendido y estoy llorando porque estoy sola. A veces estoy tan triste que mi corazón se rompe en trocitos ardientes que pugnan por salir y fluir como lágrimas humanas. 

- Yo estoy contigo…y el viento que acaricia tus laderas, y el rocío que las baña cada mañana, y el sol que las calienta al mediodía. Nunca has estado sola. 

- Ningún humano viene a visitarme. 

- Yo estoy aquí, pero tu llanto les asusta. Si dejas de llorar, ellos vendrán a conocerte.

- ¿Y tú quién eres, niña-mujer?

- Soy Sunna, la niña que también tenía miedo, pero he de marcharme. Un bosque y una fuente me esperan, y también mi familia. 

- Toma, Sunna, te regalo mi última lágrima, la más hermosa. 

Ella se agachó para recoger una piedra transparente, llena de reflejos multicolores. La apretó fuerte en sus manos, extendió los brazos hacia el cielo, y bajó, bajó, bajó…hasta que divisó el bosque que tanto temía. 

- No es tan oscuro. Ni tan enmarañado. Hay muchos arbustos y árboles pequeños. Una tontería vivir con los ojos cerrados. Me he perdido, con mis miedos, la belleza de este lugar, lleno de vida y de encanto. 

Sunna caminó sin problemas por él, la vasija, en su cabeza, y con los ojos abiertos que su decisión había solucionado. Gozaba de la libertad y del olvido del pensamiento ciego que la había atenazado.

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