martes, agosto 9

LIBERTAD, DECISIÓN, CREACIÓN

Santiago entretenía en su mente la idea de creación. Había leído en varios textos que tenemos esa cualidad procedente de nuestro Creador. Somos colaboradores con Él. Somos creadores de nuestra vida totalmente.

Santiago repasaba las instancias en las que él era creador de su propia vida. Había nacido en una familia humilde. No había elegido a su familia. No había creado a su familia. Durante mucho tiempo, le estuvo diciendo a Dios que hubiera sido mejor nacer en otra familia. 

Tenía unos límites que no podía superarlos. Pasados los años, descubrió que esos años de disputas con Dios acerca del nivel económico de su familia, eran un error. Había aprendido otras virtudes muy importantes: saber ahorrar, saber valorar lo que poseemos, saber apreciar lo nuestro, desarrollar la creatividad para tener objetos de forma sencilla y económica. 

Una cosa importante que había descubierto era el enorme agradecimiento que experimentaba su corazón al poder acceder a algunos elementos impensables en su familia. Veía que muchas personas no sabían valorar esas adquisiciones como él lo hacía. Se sentía enormemente feliz. 

Concluyó que lo importante en la vida no es tener o no tener. Lo importante en la vida es la actitud ante lo que tienes y lo que no tienes. La actitud era todo. Y esa actitud era su elección. Era su creación. Era su tesoro. Aquí se sintió creador de su propia vida. 

Podía elegir, podía cambiar, podía valorar, podía discernir lo mejor de la vida con la mayor sabiduría. Por ello, valoraba la elección que le proponían las siguientes afirmaciones: 

“Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, independientemente de lo que haya hecho, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías la Expiación”. 

“A la culpabilidad no le llegará su fin mientras creas que está justificada”. 

“Tienes que aprender, por lo tanto, que la culpabilidad es siempre demente y que no tiene razón de ser”. 

“El propósito del Espíritu Santo no es desvanecer la realidad”. 

“Si la culpabilidad fuese real, las Expiación no existiría”. 

“El propósito de la Expiación es desvanecer las ilusiones, no considerarlas reales y luego perdonarlas”. 

Santiago veía que la libertad llegaba a su vida. Culpabilizar a los demás era una irresponsabilidad total. Nadie puede hacernos nuestra propia vida. Nadie puede dirigir nuestra vida. Sin embargo, nosotros, en nuestra necedad, así lo creemos y le damos ese poder sobre nosotros a los demás. 

Le había quedado en la mente una frase de uno de sus autores favoritos: “la madurez de una persona radica en que se hace cargo de su propia vida y no le echa a los otros la culpa de lo que le pasa”. 

Ahora, con mayor comprensión, veía que ese poder no se lo podía dar a nadie. Lo tenía en su interior. Era su poder. Era su creación. Era su colaboración con su Creador. 

Santiago desplegaba sus alas en pos de la libertad, pura, amplia, pacífica, libre, intransferible desde el fondo de su alma. Volaba por los aires velando sus actitudes. Siempre estaba atento a sus decisiones. Y, en su libertad maravillosa, no concluía nada que dependiera del exterior sino de sus propias fuerzas interiores y de su comprensión. 

“Mientras de algún modo creas que está justificado considerar a otro culpable, no buscarás dentro de ti, donde siempre encontrarías la Expiación”.

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