lunes, agosto 29

APATÍA, SABIDURÍA, VOLUNTAD

Andrés estaba pendiente. Su mente se concentraba en las definiciones y en las aportaciones del Dr. Mario Alonso Puig. Sabía, en su mente, la definición de apatía. Un estado de dejadez, desidia, falta de entusiasmo y de energía. Una indolencia que arrastraba al individuo hacia la nada. Una falta de movimiento interior y exterior hacia la vida.

Cerrar los ojos ante esa invitación energética de la vida, llena de movimiento y pasión por la multitud de experiencias que se abrían como una bella flor. Encogerse en ese capullo de la flor. Renunciar a florecer y mostrar y mostrarse la apertura del cáliz ofreciendo sus pétalos y sus colores. Un proceso de belleza interrumpido por alguna razón. 

Andrés se fijaba y vibraba en esos cinco niveles de los que participaba cada ser, cada individuo, cada alma que se cruzaba en su camino: el físico, el psicológico, el emocional, el social y, por último, el espiritual. Andrés pensaba en esa frase inglesa: last but not least. El último pero no el menos importante. Cinco niveles que no podían faltar en el conjunto total. 

Andrés fue señalando en su mente, en su corazón y en sus fibras emocionales cada detalle que sobresalía de la exposición. En el físico se quedó asombrado de que el movimiento generara nuevas neuronas en el hipocampo que controlaban las neuronas del miedo en las amígdalas del cerebro. Entendía lo saludable de salir a pasear, caminar, hacer ejercicio y practicar ciertas disciplinas. 

En el psicológico se destacaba la neuroplasticidad. Si lees, reflexionas, compartes, el cerebro se comporta como un músculo. Si lo utilizas, se expande. Si se deja, se encoge y se limita. Por ello, Andrés concluía que nunca le faltaría un libro en las manos y una buena conversación con personas sanas, abiertas y amables. 

Por fin, veía con claridad, en el nivel emocional, una aceptación de la naturalidad de la vida. Había escuchado de ciertas personas que no querían amar porque no deseaban sufrir. El amor, decían, era abrirse a la vulnerabilidad. Pero el Dr. Alonso Puig aclaraba las funciones de la tristeza, del entusiasmo y de la pasión. 

El intelecto es incapaz de entrar en los campos del amor. Entra cuando la pasión se hace presente. Entonces, lo que el corazón quiere sentir, se lo muestra la mente. Así conocerán la creatividad que es hija de la pasión. La creatividad muestra experiencias que el intelecto jamás puede vivir y sentir. 

La vida, definitivamente, descansaba sobre el amor. Sin amor, se amputaba la vida en su maravillosa manifestación. Andrés se relajaba, se tranquilizaba, se reconocía y se veía totalmente comprendido en esas manifestaciones. Veía que no podía limitarse por miedo. Y le daba fuerza conocer que lo opuesto al miedo era el amor. ¡Cuánto más amor, menos miedo!

Se quitaba una barrera más al nivel social. Todas las diferencias se ponían aparte. Todas las incomprensiones desaparecían. Una nueva magia surgía cuando almas distintas y diferentes se unían en la colaboración. Reconocían su unicidad y admitían su universalidad. 

Andrés vibraba con todos los niveles y también con el último. Todos eran realmente importantes, fundamentales en la vida del ser humano. Le encantó escuchar que la definición de espiritualidad no era una religión. La espiritualidad era ese nivel donde se reconocía y se reflexionaba sobre el sentido de la vida. 

Se apartaba la importancia de uno mismo basada en la soberbia. Sin esta actitud, se podía mirar al mundo con claridad y con los ojos del sol que compartía sus rayos con todos. Quitaba, de esta manera, la oscuridad. 

Andrés se repetía a sí mismo: “esta es mi palanca emocional, está en mí, yo puedo, vaya que sí puedo”. La apatía abandonaba a su presa. La dejaba vivir y florecer con toda su fuerza y con toda su tranquilidad.

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