Juan estaba considerando la cualidad principal de la vida ideal. Podría ser una percepción profunda de cada elemento. Podría centrarse en una comprensión amorosa de cada una de las incidencias de la vida. Podría ser una amplitud de aspiraciones totalmente cumplidas.
Sabía que cada persona se dibujaba sus ideales. Todos eran diferentes y se guiaban hacia la línea de aspiraciones internas. Todo un cúmulo de pensamientos giraban en torno a esta idea de lo que el cielo representaría para cada persona distinta.
Juan había descubierto recientemente una cualidad que le estaba llamando mucho la atención. Era una tranquilidad serena ante los acontecimientos de la vida. Sin darse cuenta había dejado de magnificar los elementos en sus vertientes positivas como negativas.
Trataba de equilibrar sus emociones, sus deseos, sus anhelos, sus expectativas que todo lo distorsionaban. Identificaba aquellas emociones ligadas a ciertas cosas que le influían sobremanera. Se reía de sí mismo cuando cada lunes su ánimo cambiaba según el resultado de su equipo.
Se hacía consciente de los elementos exteriores a los que él daba valor. Le daba un valor supremo si su equipo ganaba. Le daba un valor negativo si su equipo perdía. La alegría de la victoria de su equipo no se la daba su equipo. Veía con claridad que era el valor que él había puesto sobre la victoria.
Comenzó a darse cuenta de que era él mismo quien ponía los valores en esta vida. Decidió empezar a poner valores a los elementos que de él dependían. Se centraba en su trabajo y en su trabajo bien hecho. Cuando se esforzaba estaba contento.
Se centraba en sus estudios después del trabajo. Los resultados buenos le llenaban de ese aprecio que él les había puesto. Así reconocía que la ilusión le venía a la vida cuando su ser aprendía, se expandía, se expresaba y se superaba.
Estos dos elementos: la tranquilidad interna y el valor que daba a las cosas que de él dependían empezaban a darle satisfacción. Se centraba en la comprensión de estas líneas: “Cuando estemos unidos en el Cielo, no valorarás nada de lo que valoras aquí”.
“Pues nada de lo que valoras aquí lo valoras completamente, y, por lo tanto, no lo valoras en absoluto”.
“Valorarlo parcialmente significa que se desconoce su valor".
“En el Cielo está todo lo que el Padre valora”.
“Lo único que se experimenta es una sensación de paz tan profunda que ningún sueño de este mundo ha podido jamás proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es”.
Juan se quedaba impactado con esta propuesta. Le llamaba la atención la palabra “unidos” en esta frase: “Cuando estemos unidos en el Cielo, no valorarás nada de lo que valoras aquí”. La palabra “unidos” compartía ese toque mágico y melodioso que anhelaba su alma.
La unidad, “unidos”, empezaba a cobrar importancia en su alma, en sus pensamientos, en sus ideas y en sus relaciones con tod@s. Se escapaba cada día, cada momento, cada pensamiento, de ese mundo de separación que se había apoderado de su interior durante tantos años.
Ahora Juan, empeñado en la unión, se iba deslizando por ese campo. Dejaba atrás muchas experiencias de desunión, de separación, de cortes de relaciones y de culpas irreconciliables. La unión surgía y veía toda una serie de relaciones nuevas para valorarlas en toda su amplitud.
Veía un horizonte nuevo. Una luz se expandía y le ampliaba muchísimo la ilusión. Con ello, también iba pergeñando un poco de esa paz que iba ganando su alma cada día. Leía y releía esos pensamientos y los vivía dentro de sus ojos:
“Se experimenta una sensación de paz tan profunda que ningún sueño de este mundo ha podido jamás proporcionarte ni siquiera el más leve indicio de lo que dicha paz es”.
Juan deseaba descender al valle florido, hermoso, silencioso, lleno de verdes, de castaños, de formas gráciles, conjuntos inimaginables de paz profunda producida por el ambiente de unión, y por el abrazo cariñoso de toda la naturaleza en su más profunda creación.
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