sábado, agosto 13

INFINITUD, CREACIÓN, ASOMBRO

Domingo no podía creerse aquello. Se restregaba los ojos. Se pasaba las manos para aclarar las imágenes de aquellas letras que soportaban aquel pensamiento: ¿Qué prefieres ser, rehén del ego o anfitrión de tu Padre?

“No era posible”, se repetía. Domingo no podía asumir que él podía ser anfitrión del Infinito, del Poderoso, del Creador. Un anfitrión es quien recibe a otro personaje. Lo atiende. Lo agasaja. Trata de darle todo lo mejor que tiene. Intenta que se sienta bien en su casa. 

Lo había visto en películas. Un señor poderoso atendiendo a un invitado. La amabilidad desarrollada en los mínimos detalles. Los esfuerzos realizados por el anfitrión. Sólo tenía una idea en su mente: que su invitado se sintiera totalmente bien atendido. 

El invitado se sentía totalmente reconocido. El agradecimiento salía de su interior. El gozo de tener una amistad tan suprema le llenaba el corazón. No paraba de agradecerle todas las atenciones a su anfitrión. Una relación de cariño que unía a ambas personas con todo el encanto de la casa que los acogía y los agasajaba. 

Para Domingo, estas experiencias le quedaban muy lejanas. Él no era una persona importante. No podía sentirse anfitrión de nadie. Solamente algunas reuniones con amigos en plena sencillez de las pocas comodidades que tenía. Sólo podía dar cariño. Todas las otras atenciones le eran imposibles de ofrecer. 

Pero, Domingo no podía aceptar que aquellas palabras fueran verdad. Siguió leyendo. Volvió a encontrar otra afirmación en el mismo sentido: “Cuando el Creador se dio a sí mismo a ti en tu creación, te estableció como Su anfitrión para siempre”. 

Se quedó en silencio. No pudo contestar. Una nobleza sublime subía por sus venas. Una dignidad jamás sentida vibraba en sus poros. Una paz profunda le envolvió toda su persona. Era el mundo al revés. Apenas podía pensar. Él, diminuto, pequeño, - así se creía él - en lugar de ser el invitado del Creador, se cambiaban las tornas. 

El Infinito establecía a su criatura creada como su anfitrión. A Domingo no le llegaba el pensamiento. No le llegaba la respiración. No le llegaba el entendimiento. Algo se había trastocado en su visión, en sus planteamientos, en sus objetivos, en la concepción de sí mismo. 

Tomó asiento. Se relajó. Trató de digerir aquel planteamiento. Reconoció que dentro de él no estaba el anfitrión. Nunca lo había pensado. Nunca lo había percibido. Nunca nadie le había sugerido tal posibilidad. Aceptar esa idea le llenaba y le hacía mucho más grande su amor por el Padre. Solamente el Padre dice la verdad. Solamente el Padre es Creador. 

Domingo tomó el camino de aceptar esa proposición. Sacaría de su interior la función que le dio su Creador. Era el anfitrión del Infinito. A la vez, pensó que cada persona que se cruzaba en su camino era tan grande como para ser anfitrión de su Creador. 

Domingo vio cómo se le cambiaba la vida, la visión, las ideas y la propia valoración. Era digno de albergar en su interior al Infinito. También vio que las demás personas tenían un valor infinito. Eran dignas de albergar al mismo Creador dentro de ellas. 

Sus ojos se centraron en la luz del sol que incidía en su rostro. Su mente se centró en la luz del pensamiento que irradiaba su ser. Luces que atravesaban la materia para hacer salir al anfitrión que cada un@ tenía en su interior. 

Domingo no se lo creía. Pero, la nube subía con tal pensamiento. Su cuerpo se elevaba por los aires. El cielo se abría de par en par para saludar a los anfitriones del Creador. La naturaleza aplaudía. Los seres iban alcanzando, gozosos, la función que le otorgara su Creador.

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