martes, agosto 30

DECISIÓN, PODER, LIBERACIÓN

Antonio estaba sorprendido de lo que estaba leyendo. Los habitantes de Alemania del este, acostumbrados a tener ciertas seguridades de trabajo y de atención por parte del Estado, habían perdido su capacidad de decidir. La idea de perder esa cómoda situación de no decisión les angustiaba. 

Antonio no se lo podía creer. Una liberación de la capacidad de decidir, de la capacidad de elegir, de la capacidad de colaborar en el bien común, se convertía así en la oscuridad más temible de su futuro. 

Muchos alemanes del este, en busca de la libertad, se dejaron la vida en la muralla. Querían pasar al otro lado. Querían vivir su propia realidad. Sin embargo, una vez que esa libertad llegó, angustió a muchísimas familias. 

Antonio se dio cuenta, por primera vez, de la angustia de ejercer una capacidad dormida, aniquilada, despreciada. Nunca se lo hubiera imaginado. Pero, la vida siempre tenía sus experiencias que nos hacían abrir los ojos. Antonio entendía que la libertad era su vida, que sus elecciones eran suyas, que sus equivocaciones eran motivo de aprendizaje, que sus aciertos eran frutos de la sabiduría adquirida. 

Se daba cuenta de que el Eterno trataba con seres libres. Los quería libres, totalmente libres para hacer sus elecciones. Era la cualidad que más definía al Padre según Antonio iba descubriendo. Una libertad que el Padre les concedía y que cada uno debía permitir esa libertad con el mismo amor y con la misma libertad. 

Por ello, le daba vuelta en su cabeza a los siguientes comentarios: “Cada día, cada hora, cada minuto, e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección; entre el Ego y el Espíritu Santo”. 

“El ego es la elección a favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección a favor de la inocencia”. 

“De lo único que dispones es del poder de decisión”. 

“Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque, aparte de la verdad y de la ilusión, no hay ninguna otra alternativa”. 

“Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad”. 

“Eres culpable o inocente, prisionero o libre, infeliz o feliz”. 

Antonio lo tenía claro en su mente. Quería seguir ejerciendo su libertad, su libertad de decisión. Agradecía que se fijara con delimitación el poder de la libertad. Sabía que tenía poder de decisión. 

Ese poder de decisión lo había ejercido, en ocasiones, totalmente erróneo. Había decidido por la frustración, por la infelicidad, por el dolor y por el aislamiento. Se preguntaba cómo el ser humano era tan poco sabio. Imbuido por una rabia incontenible, en varias ocasiones de su vida, había decidido la infelicidad. 

Ahora, con una visión más amplia, comprensiva y certera, sabiendo que ese poder estaba en él y no en el Padre, aplicaría su poder de decisión en la segunda parte de la tríada: inocente, libre, feliz. No quería repetir algunas sensaciones de la primera parte de la tríada: culpable, prisionero, infeliz. 

La sonrisa se abría en su alma. El latido volvía a su corazón. La libertad iba dejando sus huellas y Antonio se repetía la tríada liberadora: inocente, libre, feliz. Y se las seguía repitiendo para no caer en el error: inocente, libre, feliz. Una vez comprendido, no le permitiría a sus pensamientos decidir en otro sentido por pura coherencia con su mundo interior.


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