Emilio estaba jugando en el patio del colegio. A ratos montaba en bicicleta, a ratos jugaba al fútbol, a ratos patinaba. Se lo estaba pasando estupendamente. Una sensación maravillosa invadía su cuerpo. Hacía pocos días que había aprendido a montar en bicicleta. Era tal su alegría que se había pasado horas montando en bicicleta.
Al final de las jornadas anteriores, sus nalgas le decían que su apoyo en el sillín no era toda la comodidad que necesitaban. Le dolían. Pero, Emilio gozaba. No le prestaba mucha atención a su molestia por haber pasado excesivas horas montando.
Aquella tarde había sido más equilibrado. Repartía su tiempo en diversas actividades para no cargar ninguna parte de su cuerpo. En uno de los cambios de actividad notó un cierto impulso en su interior. Su corazón le pedía un rato de charla con el Creador.
Aprovechó que la iglesia estaba sola. Se sentía como en una visita especial. No había nadie en la iglesia. En el altar, una persona limpiaba la zona. Emilio se dirigía desde su mente infantil al Creador de la vida, al Creador de su vida. Se sentía contento con Él.
Con toda naturalidad le abría su corazón. En pocos instantes tenían una conversación muy amena. Le gustaban a Emilio estos momentos exentos de toda liturgia, de todo formalismo, de todo tipo de oraciones y de todo tipo de repeticiones. Era como hablar con un consejero.
La alegría le invadía el corazón. Un encuentro espontáneo se había presentado en unos instantes. No había planificado nada. Pero, esa inquietud en su alma le había tirado como unas lianas invisibles para los últimos bancos, vacíos y llenos de una intimidad disfrutada.
Emilio, desprovisto de gente, de oficios, gozaba de la presencia del Altísimo. Reconocía que esos encuentros en el corazón eran especiales en su vida. No le daba al Creador ese papel distante y grandioso. Sentía que era como un padre amable y comprensivo.
Le abría su corazón y charlaban animados como si estuvieran delante el uno del otro. A veces, Emilio se preguntaba si no era un caso raro, poco comprensible para los demás. Dejaba pronto estos razonamientos y seguía conversando a su manera. El encuentro le llenaba de paz.
Pasado el tiempo, leía los siguientes pensamientos y los comprendía mucho mejor: “El nexo de comunicación que el Padre Mismo colocó dentro de ti y que une tu mente con la Suya, no puede ser destruido”.
“Tal vez creas que ése es tu deseo, y esa creencia interfiere en la profunda paz en la que se conoce la dulce y constante comunicación que el Padre desea mantener contigo”.
“Sus canales de extensión, no obstante, no pueden cerrarse del todo o separarse de Él”.
“Gozarás de paz porque Su paz fluye todavía hacia ti desde Aquel Cuya Voluntad es la paz”.
“Dispones de ella en ese mismo instante”.
“El Padre dispuso que el Cielo fuese tuyo, y nunca dispondrá nada más para ti”.
Emilio se repetía para sus adentros: “El nexo de comunicación que el Padre Mismo colocó dentro de ti y que une tu mente con la Suya, no puede ser destruido”.
Entendía mucho mejor esa comunicación interna que había sentido en muchos momentos de su vida, en especial, aquella tarde. Lo sacó de los juegos. Lo atrajo hacia Él. Charlaron como dos amigos. Se sintieron totalmente unidos.
Emilio sentía que aquella era su primera invitación por el Padre. En su desarrollo aprendió a encontrarse con el Creador en la naturaleza, en su cuarto, en su clase de estudio, en su trabajo. Todos los sitios eran adecuados porque lo importante estaba en su interior.
Se maravillaba al haber descubierto ese anhelo que había vivido: “la dulce y constante comunicación que el Padre desea mantener contigo”. Por ello, entendía un poco mejor su primera experiencia. No era él quien había decidido bajar, era el Padre el que tomaba la iniciativa para que nosotros nos abramos a Él.
Emilio gozaba con estos descubrimientos. Un Creador maravilloso que también había creado esa conversación interna entre nosotros y Él. Esas conversaciones eran la base de esa profunda amistad que nos abría la posibilidad de hablar y conocernos.
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