viernes, agosto 5

INTERIOR, CAMINO, VERDAD

Jorge estaba escuchando la radio aquella tarde serena. Una entrevista a un escritor le atraía la atención. La visión que compartía se oponía a la tendencia básica del hombre inquieto. Este hombre siempre buscaba en la acción, en la actividad, en los movimientos continuos, la respuesta a sus anhelos personales.

Aquel escritor se centraba, por el contrario, en la parcela personal, interior, de cada ser. Exponía que el ser humano, siempre curioso, buscaba fuera de sí. No importaba que estuviera cerca o se hallara lejano. La distancia era todavía un acicate para descubrir paisajes nuevos, culturas nuevas, especies nuevas y elementos nuevos. 

La novedad le guiaba en su caminar. Exponía su vida. Se esforzaba al máximo. Calculaba los riesgos. Montaba expediciones. Resolvía los problemas técnicos. Pensaba en los recursos humanos. Las condiciones ambientales. La temperatura. Las dificultades. Es decir, todo lo controlaba con sus equipos y con su material sofisticado. 

Un despliegue de inteligencia, de acción cuidadosa, de no descuidar ningún detalle. Se luchaba contra la supervivencia. Sin embargo, el anhelo del nuevo descubrimiento le colmaba todas sus expectativas. Un ser lanzado al exterior, totalmente al exterior, como si no tuviera interior en su estructura. 

Jorge estaba embelesado. El escritor se centraba en las maravillas preciosas que cada ser humano que nos circundaba tenía. Recordaba las palabras de Unamuno que se centraba en la “intrahistoria”. Esa historia personal de cada ser humano que habita la tierra. No se centraba en la Historia de los grandes hechos y gestas. 

Decía que el tesoro del ser humano está en su interior. No está en su exterior. Había una confusión de valoraciones. En esa confusión nacían todas las luchas, todas las guerras, todos los enfrentamientos por la posesión y la imposición. 

Había que indagar en el interior: “No tengas miedo de mirar en tu interior”. 

“El ego te dice que lo único que hay dentro de ti es la negrura de la culpabilidad, y te exhorta a que no mires”. 

“En lugar de eso, te insta a que contemples a tus hermanos y veas la culpabilidad en ellos”. 

“Mas no puedes hacer eso sin condenarte a seguir estando ciego, pues aquellos que ven a sus hermanos en las tinieblas, y los declaran culpables en las tinieblas en las que los envuelven, tienen demasiado miedo de mirar a la luz interna”. 

“Dentro de ti no se encuentra lo que crees que está ahí, y en lo que has depositado tu fe”. 

“Tu Padre no te evalúa como tú te evalúas a ti mismo”. 

“Contempla, pues, la luz que Él puso dentro de ti, y date cuenta de que lo que temías encontrar ahí, ha sido reemplazado por el amor”. 

Jorge se dejaba llevar por aquella voz tranquila, serena de aquel escritor. Sabía que sus palabras nacían de una continua reflexión. Su escritura se lo exigía. En su corazón sabía que tenía razón. 

El valor del ser humano se encontraba en su interior. Jorge lo sentía. Lo afirmaba. Agradecía aquella visión serena, formada y llena de experiencia. Aquel escritor le despertaba elementos ocultos de su alma. Veía que de su interior no saldrían luchas, enfrentamientos ni disputas. 

Vislumbraba la misma procedencia de cada persona. Los mismos recursos internos. Las mismas necesidades del alma. El mismo amor para compartir. De la comprensión, sólo palabras de aliento y de sabiduría podían surgir.

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