Joaquín se adentraba en la comprensión de aquellas afirmaciones que desfilaban ante su vista. Estaba seguro que, si encontraba el ejemplo oportuno todo quedaría claro como la suma: dos más dos son cuatro en el sistema decimal.
Una seguridad que, a Joaquín, le hacía sentir orientado. Le daba una energía de paz y tranquilidad. La duda se disipaba. La fuerza se instalaba en su mente, en su pecho, en su pensamiento y en todos los poros y músculos de su cuerpo.
Estaba considerando la influencia del pasado en la vida del presente. Para dejársela impresa, una persona considerada sensata le explicó: “Fíjate cuando pones clavos en un árbol. Los introduces. Quedan fijados. Cada clavo es una ofensa cometida. Trata de quitar los clavos. Saldrán todos. Pero, el hueco que han producido se queda impreso”.
Joaquín sentía aquella imagen como verdadera por la huella que dejaba. Por ello, inicialmente, tenía cierta reticencia con estas ideas: “Cuando mantienes que eres culpable, pero que la fuente de tu culpabilidad reside en el pasado, no estás mirando tu interior”.
“El pasado no se encuentra en ti”.
“Las extrañas ideas que asocias con él no tienen sentido en el presente”.
“Dejas, no obstante, que se interpongan entre tú y tus hermanos, con quienes no entablas verdaderas relaciones en absoluto”.
“Aquellos que se valen de sus hermanos para resolver problemas que no existen, no pueden encontrar la salvación”.
“No la quisiste en el pasado”.
“¿Cómo puedes esperar encontrarla ahora si impones tus vanos deseos en el presente?
Joaquín se maravillaba de esta nueva visión. Una ruptura total entre el pasado y el presente. La persona no es la misma. Ha cambiado. Su mentalidad es distinta. Sus prioridades son distintas. Sin embargo, arrastran el pasado como algo no superable.
Joaquín, ante esta nueva perspectiva de renovación, no podía utilizar el ejemplo de los clavos en el árbol. Necesitaba otra ilustración que le ayudara a confirmar esta nueva idea revitalizante. Sabía que la encontraría porque siempre que la mente se ponía a buscar la verdad, el espíritu de verdad se hacía presente.
Se puso a pensar. Su mirada concentrada. La idea le daba vueltas. La renovación sobresalía. Sus manos apoyaban sus mejillas, su mentón casi sin darse cuenta. Su mirada veía la idea.
De pronto, las manos se hicieron visibles. No tenían rasguños. Ninguna herida. Todo aparecía bien en la superficie de la piel. Joaquín divisó una luz en su pensamiento. Pensó en las heridas que había tenido por diferentes motivos. Siempre se repetía a sí mismo: “el paso del tiempo irá borrando la apariencia de los cortes con la regeneración de sus células”.
Tenía razón. Las nuevas células habían aparecido y no quedaban rastros de las heridas. Así que el pasado no tenía ninguna influencia en el presente. Encadenó las diversas experiencias. En una operación con laparoscopia le hicieron tres heridas notables en su abdomen.
Una en la parte derecha superior de su pecho. Otra en la parte izquierda, a la altura del ombligo. Y la tercera en la parte derecha del ombligo. Durante un tiempo tuvo que controlarlas, curarlas. El rastro sobre la piel era evidente. Anchas, profundas, bien cosidas, bien unidas, bien identificables a la vista.
Joaquín se las veía. Eran cosa del pasado. En el presente, había perdido la pista de su localización. Todo se había transformado. También reconocía que la herida en su espalda por la operación cuando tenía un año, le dejaba su rastro. Pero esta herida le recordaba que no había perdido la vida y que podía seguir su vida normal sin acordarse de ella.
Con esta claridad en su mente, entendía: “las extrañas ideas que asocias con él no tienen sentido en el presente. El pasado no se encuentra en ti”. Joaquín se daba cuenta de que el pasado no se encontraba en él. Lo veía claro. El cuerpo le hablaba de regeneración y olvido total. Si su mente se fijaba en el pasado, era un error.
La seguridad de la operación: dos más dos son cuatro en el sistema decimal, se reproducía en el proceso de la regeneración: “todo se hace nuevo y en la mayoría no deja rastro”. Su mente debía seguir la sabiduría de su cuerpo. Todo se hacía nuevo y dejaba atrás el pasado.
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