lunes, agosto 1

CONDENACIÓN, CRUELDAD, LIBERACIÓN

José María se analizaba interiormente las formas que le salían de su interior cuando lo enfrentaban, se enfadaba y lo atacaban con menosprecio. Una furia incontenible, unas palabras sin respeto devolvían ese ataque que le lanzaban por todos los medios.

La separación se hacía evidente en esos momentos. La distancia se acrecentaba en esa relación familiar cercana. Los dardos afilados se hincaban en sus pechos. Todo un despliegue de tácticas de ataque destructor para aplastar al oponente. Así, el ego quedaba satisfecho y ponía en claro quién mandaba. 

Momentos que dejaban sus marcas en el interior. Herir al otro le hería a él mismo. Menospreciar al otro, era menospreciarse a sí mismo. No encontrar el camino del acuerdo, una frustración. En su interior, sabía que, tarde o temprano, se tendrían que pedir disculpas de aquellas palabras nunca dichas desde la paz, siempre pronunciadas desde la fría distancia del “enemigo ilusorio”. 

Realmente era un “enemigo ilusorio” porque sólo tenían discrepancias en algún asunto menor. Las exigencias y la falta de respeto rompían la paz y la relación de un modo transitorio. 

José María se quedaba perplejo por la falta de respeto que se imponía en tales situaciones. Veía que el mismo Creador era totalmente respetuoso con la decisión de sus hij@s. 

“La culpabilidad sigue siendo lo único que oculta al Padre, pues la culpabilidad es el ataque que se comete contra Su Hijo”. 

“Los que se sienten culpables siempre condenan, y una vez que han condenado lo siguen haciendo, vinculando el futuro al pasado tal como estipula la ley del ego”. 

“Guardarle fidelidad a esta ley impide el paso de la luz, pues exige que se le guarde fidelidad a la oscuridad y prohíbe el despertar”. 

“Las leyes del ego son estrictas y cualquier violación se castiga severamente”.

“Por lo tanto, no obedezcas sus leyes, pues son las leyes del castigo”. 

José María quedaba anonadado de la verdad de esas leyes del castigo. Se las habían repetido en su niñez, se las habían repetido en muchas argumentaciones, Se las habían recordado en muchas charlas. Pero, no eran ciertas. En el amor, no había castigo. 

En la unión y en la comprensión, no había castigo. Alguien le había dicho que el castigo era para que la persona reflexionara. Pero, un querido maestro suyo, le dijo que si la persona había comprendido, había entendido, el castigo ya no tenía ningún sentido. 

José María se quedaba con esta última consideración. Veía que eran leyes del ego y de la separación. En el espacio de la unidad y de la comprensión, el castigo no tenía ningún lugar. A nadie se le ocurriría que se debía castigar para enamorarse. 

Si Dios era realmente amor, cómo iba el castigo a ser la antesala del enamoramiento. Con toda seguridad, el amor no florecería. El amor nace de una mirada distinta, de una comprensión diferente, de una ilusión basada en la seguridad de la bondad sentida y vivida. El amor realmente cambiaba la vida.

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