Ramón leía aquellas líneas totalmente embelesado. Tenían una energía que tocaba sus fibras sensibles. Las ideas coincidían con sus células del cuerpo. Toda una alegría se desplegaba. La mente, el cuerpo, el corazón, todos a uno, vibraban.
Nuevos compuestos se realizaban en sus venas. Nuevas sensaciones se expandían por sus nervios. Miradas soñadoras de caminos deliciosos. Síntesis de paz en todos los recovecos de su cuerpo. Luz brillante alrededor de sus ojos. Se dejaba llevar por tan lindos pensamientos. ¡Le liberaban tanto! Le regalaban anhelos escondidos en la textura de su alma.
“Resuélvete, por consiguiente, a dejar de ser como has sido”.
“No te valgas de ninguna relación para aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer con cada una de ellas”.
“Un minuto, o incluso menos, será suficiente para que te liberes del pasado y le entregues tu mente a la Expiación en paz”.
“Ya sabes que la Expiación es deshacer el error en el que caminas en ocasiones”.
“Cuando les puedas dar la bienvenida a todos, tal como quisieras que tu Padre te la diese a ti, dejarás de ver culpabilidad en ti mism@”.
“Pues habrás aceptado la Expiación, la cual seguía refulgiendo en tu interior mientras soñabas con la culpabilidad, si bien no la veías porque no buscabas dentro de ti”.
Ramón se quedaba anonadado. Todo un nuevo camino se abría ante él: “Resuélvete, por consiguiente, a dejar de ser como has sido”. Recordaba los momentos donde su terquedad, su necedad y su cabezonería se oponía, con todas sus fuerzas, a la cordura y a la comprensión.
En medio de esas luchas, en momentos, reconocía que era terco. Se daba cuenta de su equivocación. Un paso al frente habría quitado la tensión creada y el conflicto. Pero, su ego se aferraba fuertemente. No podía mostrar comprensión y corrección. Pensaba que perdería credibilidad.
Tenía claro que nadie le había hecho cambiar de opinión cuando estaba preso de esos ataques brutales. Sin embargo, en muchos de ellos, sabía que estaba equivocado. La razón no estaba de su parte. Era mucho el orgullo que luchaba en su pecho para permitir la salida del error.
Ramón era consciente del daño que ese orgullo le había causado en su vida. Ahora se sentía llamado por esa frase que se repetía en sus oídos y en las partes sensibles de su alma: “Resuélvete a dejar de ser como has sido”.
Ya era hora de adquirir cordura, comprensión, amor y entrega. El orgullo aleja, distancia a las personas. El amor y la comprensión nos hacen iguales. Le encantaba y le llenaba de emoción esta afirmación: “Cuando les puedas dar la bienvenida a tod@s, tal como quisieras que tu Padre te la diese a ti, dejarás de ver culpabilidad en ti mism@”.
Por fin veía el camino para salir de ese hoyo que había cavado él mismo. Su carácter fuerte, su razonamiento lógico, la imposición de su visión, su falta de comprensión del otr@, eran herramientas nocivas para él. La comprensión, la sensibilidad y el cariño iban a dirigir su vida.
Lo entendía. Tenía confianza en el entendimiento. Lo había descubierto. Una vez que comprendía la situación se presentaba la salida de inmediato. Y eso le había dado muchas alegrías.
Así que se repetía, en sus adentros, esta verdad que su alma aceptaba: “No te valgas de ninguna relación para aferrarte al pasado, sino que vuelve a nacer cada día con cada una de ellas”.
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