Vicente era un muchacho muy despierto. Su inteligencia era notable. Captaba la información de una manera rápida y precisa. Le gustaba, sin decirlo a nadie, manejar muy bien las circunstancias para jugar con ellas y organizarlas para su propio beneficio.
Una actitud un tanto juguetona con la información que en momentos alcanzaba tintes de manipulación. Vicente concluía que era su tendencia. No podía evitar sentirse superior a los demás. Era astuto. Jamás se jactaba ante los otros. Tenía la seguridad interna de que lo era.
No necesitaba el aplauso directo de los demás por su manipulación. Necesitaba el reconocimiento de ser querido y apreciado. Por ello, sus estrategias estaban muy disimuladas. Sin embargo, las personas perspicaces captaban sus esencias y su proceso incisivo.
Con el tiempo, Vicente fue distinguiendo entre la información y el conocimiento. La información llegaba a sus células cerebrales. El conocimiento emanaba de la digestión en su vida diaria de esa información. Así que surgían dos mentes en su vida.
Una era la información que le llegaba, captaba y se transformaba en su saber intelectual. Otra, el conocimiento adquirido por aplicarse en él mismo, con todas sus consecuencias, esas informaciones procesadas. Recordaba la reflexión que tuvo con cierta persona de confianza.
Vicente le exponía que todas las personas mentían. La otra persona le indicó que eso era una expresión personal y una decisión individual. La generalización estaba fuera de lugar. Le aseguraba que en su familia la mentira, la falsedad, nunca había sido una naturalidad.
Vicente le refería que alguna mentira que otra le había sacado de algún atolladero. No eran tan malas. Pero, la respuesta que recibía Vicente era clara y precisa. “En el momento en que se te declare como persona que mientes, tus juicios dejarán de contar con la confianza oportuna. Y cuando se pierde la confianza ya no se te tiene en cuenta de la debida manera”.
Vicente encajó la respuesta con esa mezcla de contrariedad y verdad que las palabras tenían. Leía las siguientes líneas y se sentía identificado con el tema de la información y el conocimiento: “Si eres bendito y no lo sabes, necesitas aprender que ciertamente lo eres”.
“El conocimiento no es algo que se pueda enseñar, pero sus condiciones se tienen que adquirir, pues eso es lo que desechaste”.
“Puedes aprender a bendecir, pero no puedes dar lo que no tienes”.
“Por lo tanto, si ofreces una bendición, primero te tiene que haber llegado a ti”.
“Y tienes también que haberla aceptado como tuya, pues de lo contrario, ¿cómo podrías darla?”
“Si perdonas completamente es porque has abandonado la culpabilidad, al haber aceptado la Expiación y haberte dado cuenta de que eres inocente”.
Vicente aceptaba esta enorme diferencia entre la información y el conocimiento. Debía dejar a un lado tanta información y tratar de digerir, a través de las experiencias, los datos para cambiarlos en conocimiento.
Eso le cambió la visión de la manipulación. Ahora se dedicaría a la comprensión de los grandes temas internos del ser humano: la culpabilidad, la inseguridad, sus exigencias personales, la perfección, etc.
Para ello, iría experimentado en su interior como indicaba esa línea: “Por lo tanto, si ofreces una bendición, primero te tiene que haber llegado a ti. Y tienes también que haberla aceptado como tuya, pues de lo contrario, ¿cómo podrías darla?"
Todo un hermoso desafío en la mente de Vicente se abría en su horizonte. Daba gracias por su inteligencia. Ahora daba gracias también por haber entendido el conocimiento que se abría en su vida.
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