Marcos estaba viendo una película que le había captado totalmente la atención. Se trataba de un secuestro en una oficina bancaria. Había cogido como rehén a la directora y le había pedido medio millón de euros. La directora le dijo que sí, y que iba a la cámara acorazada a retirarlos.
En ese camino uno de los empleados captó que algo no iba bien y pulsó la alarma. La directora tuvo que volver a su despacho. Con la activación de la alarma la cámara acorazada se cerró automáticamente. La situación se torció y el secuestrador se vio frustrado.
Todo el resto de la película se centró en la personalidad del atracador. La policía pronto descubrió que no era un ladrón profesional. Con los datos que le iba llegando, pudo identificarlo a través de las cámaras de vigilancia. Se trataba del antiguo jefe de seguridad del banco.
Durante veinte años había realizado su trabajo. Una crisis le obligó a la directora a prescindir de algunos trabajadores. Fue reemplazado por una persona joven que le pagaban la mitad de lo que le pagaban a él. Una vida rota, víctima de las decisiones del dinero.
La mujer del atracador tenía alzheimer y estaba ingresada en una clínica. Iba a ser despedida de la clínica por no poder pagar la estancia. Esta circunstancia había motivado el secuestro. La película proporcionaba muchas reflexines. Pero hubo un detalle que se grabó en la retina y en el corazón de Marcos.
En el momento final, el atracador totalmente desahuciado, empezó a esposar a la directora. Le puso un fuerte precinto de cinta americana en la boca. El jefe de policía que estaba en contacto con el atracador lo vio por la cámara. Le dijo a su segundo: “La está deshumanizando para poder matarla”.
Esa frase quería decir mucho. El ser humano no podía matar a nadie. Matar a una persona era enfrentarse a él mismo. Para poder hacerlo, debía deshumanizar, despreciar la humanidad y pisotearla. Ese era el mecanismo que permitía matar a un semejante.
“¡Cuán santo debes ser tú para que el Hijo de Dios pueda ser tu salvador en medio de sueños de desolación y de desastres! Observa cuán deseoso llega, apartando las densas sombras que lo mantenían oculto, para poder brillar sobre ti lleno de gratitud y amor”.
“Él es el mismo, pero no es el mismo solo. Y de la misma manera que su Padre no perdió parte de él al crearte a ti, así la luz en él es aún más brillante por tú haberle dado tu luz para salvarlo de las tinieblas”.
“Ésta es la chispa que brilla en el sueño: que tú puedes ayudarle a despertar, y estar seguro de que sus ojos despiertos se posarán sobre ti. Y con su feliz salvación, te salvas tú”.
Marcos veía luz en esas palabras. Comprendía esas palabras del policía. Podíamos deshumanizar a las personas, podíamos humanizarlas y, si se permitía, divinizar a las personas referido a su valoración. La elección estaba en nuestras manos. No se podía hablar mal de nadie sin quitarle su humanidad.
Le quedaba claro en su mente, en sus ojos, en sus reflexiones y en sus decisiones. Deshumanizar a las personas le permitía hacerles daño. Pero, al deshumanizarlas, también él se deshumanizaba. Y para despertar del sueño, la acción era clara: había que humanizarlas y, si se permitía, divinizarlas.
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