Carlos descubrió, por primera vez, un diálogo que tenía con su cuerpo sin ser consciente de que lo tenía. Los conceptos del cuerpo eran así. No se podían cambiar. Era lo que había aprendido en su experiencia, en su familia, con sus amigos y en la escuela.
Ahora aparecían en una nueva perspectiva. No sabía cómo asimilar los nuevos conceptos que estaba descubriendo. Era todo tan nuevo. A la vez, era todo tan coherente. No podía discutir con los nuevos conceptos. Eran sensatos, reales y los entendía sin hacer mucho esfuerzo.
Las conversaciones personales eran tan personales que, en ocasiones, se quedaban en el interior sin poder compartirlas con nadie. Al leer aquellas propuestas y aquellas soluciones, encontraba, por fin, un modo de comprenderse, de entenderse y de dar sentido a sus reacciones frente a su cuerpo.
Quería leerlo poco a poco. Quería digerirlo poco a poco. Quería ir abriendo su mente ante la novedad que le estaba llegando: “El cuerpo representa la brecha que se percibe entre la pequeña porción de mente que consideras tu mente, y el resto de lo que realmente es tuyo”.
“Lo odias, sin embargo, crees que es tu ser, el cual perderías sin él. Éste es el voto secreto que has hecho con cada hermano que prefiere caminar solo y separado. Éste es el juramento secreto que renuevas cada vez que percibes que has sido atacado”.
Carlos se quedaba sorprendido al leer las palabras “voto secreto” y “juramento secreto”. Conscientemente, él no lo había hecho. Con razonamiento personal no lo había alcanzado. Pero, reconocía que esa era realmente la actitud que tenía hacia el cuerpo.
Un “voto secreto” hecho con los hermanos que deseaban estar solos, sentirse solos, catalogarse como separados de los demás. El cuerpo, al ser distinto, podíamos distinguirlo. Y esa separación aparente física no respondía a la mente que era la que realmente dirigía todo.
La mente concebía una unidad global de todos los humanos, de todos los hermanos, de todas las personas. Esa unidad, fuente de dignidad y de respeto, era el ansia más hermosa y maravillosa de unión entre las personas. Y, a esa unión, el cuerpo se oponía desde su diferencia.
Un “juramento secreto” renovado que se percibía cuando se era atacado. Un “juramento secreto” de venganza, de devolver las tornas, de guardarse para las ocasiones, de dejar que la cabeza fría sirviera el rencor en su momento oportuno. Un “juramento secreto” que se renovaba continuamente.
Carlos no se lo podía creer. Pero, lo hacía de forma natural y automática. “Nadie puede sufrir a menos que considere que ha sido atacado y que ha perdido como resultado de ello. El compromiso a estar enfermo se encuentra en tu conciencia, aunque sin expresarse ni oírse”.
Otra palabra que recalaba en la conciencia de Carlos: el “compromiso a estar enfermo”. Eran palabras muy fuertes. Eran decisiones muy drásticas. Eran actitudes que jamás hubiera afirmado que las tenía. En sus manos tenía decisiones que no expresaba pero que las practicaba: “El compromiso a estar enfermo se encuentra en tu conciencia, aunque sin expresarse ni oírse”.
“Sin embargo, es una promesa que le haces a otro de que él te herirá y de que a cambio tú le atacarás”.
Era la ley del talión. “Tú me haces, yo te hago”. Era un ataque mutuo. “Si no te hago lo que me has hecho me siento derrotado”. Era una ley tan elemental que dejaba de lado la grandeza de la mente. Todos los avances de la sociedad se han basado en un humanismo hermoso y comprensivo.
Grandes hombres han entregado sus vidas, sus ideas, sus propuestas para superar los niveles de injusticia, de lucha, de la ley del más fuerte. La fortaleza no estaba en la espada ni en la pistola. La fortaleza estaba en la justicia, en la comprensión y en la búsqueda de salidas para superar nuestras diferencias.
Dejar de hacer votos contra nosotros mismos. Dejar de expresar juramentos que nos convertían en peor que animales. Dejar que la mente tomara posesión de su campo, de su terreno, de su sabiduría para que nos ayudara a ver en el otro una gran persona, una gran alma, una gran criatura que merecía todo nuestro apoyo.
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