Adolfo pensaba en algunas afirmaciones que le habían llamado la atención durante mucho tiempo cada vez que las leía: “Teniendo ojos ¿no veis? Teniendo oídos ¿no oís? Se quedaba un poco confuso. Por una parte, se hablaba de los ojos y no eran ciegos, se hablaba de los oídos y no eran sordos; sin embargo, no entendían, no comprendían.
Se daba cuenta de que los ojos y los oídos no funcionaban por sí mismos. Eran órganos que se conectaban con el cerebro. Y era la mente la que les daba significado a las imágenes que por ellos entraban. Esa era la segunda parte que se subrayaba en ellos. Las imágenes entraban por nuestros ojos. La mente las interpretaba.
Y cuando la mente no sabía interpretarlas, comprenderlas y asimilarlas, la respuesta era que estaban ciegos y sordos. No eran capaces de captar el profundo sentido que tenían en sí esas imágenes, esas palabras, esos sonidos y esas luces que hasta nosotros nos llegaban.
Era cierto que para identificar ciertas sustancias la vista era incapaz de afirmar de qué se trataba. Estaba acostumbrado a la acción de las personas para identificar ciertos productos de polvos blancos. Se llevaban un poco de ellos con el dedo a la boca para identificar el gusto del mismo. Así podían emitir juicios más adecuados y precisos.
Eso cambiaba radicalmente la comprensión de lo que realmente estaban tratando. La comprensión era completamente diferente. Tenemos ojos, tenemos oídos, tenemos sentidos que nos ayudan a identificar las cosas. Pero, lo principal de todo era tener muy entrenado el cerebro, la mente para saber ver lo que muchos no eran capaces de captar.
Adolfo disfrutaba con las líneas que estaba leyendo. Era una precisión que le cambiaba el sentido a su vida. Era una claridad que le daba una dirección oportuna y le abría una ventana para ver un horizonte más amplio, hermoso e insospechado. Abrir ventanas nuevas en la vida era su alegría.
“Has concebido una diminuta brecha entre las ilusiones o engaños y la verdad para que sea el lugar donde reside tu seguridad y donde lo que has hecho mantiene celosamente oculto a tu Ser”.
“Aquí es donde se ha establecido un mundo enfermizo, que es el que los ojos del cuerpo perciben. Aquí están los sonidos que oye, las voces para las que sus oídos fueron concebidos”.
“Sin embargo, las vistas y los sonidos que el cuerpo percibe no significan nada. El cuerpo no puede ver ni oír. No sabe lo que es ver, ni para qué sirve escuchar. Es tan incapaz de percibir como de juzgar, de entender como de saber”.
“No puede pensar, y, por lo tanto, no puede tener efectos”.
Adolfo veía las limitaciones del cuerpo. La mente era la parte máxima que daba comprensión a todo. Sus ideas eran las que interpretaban todas las sensaciones que llegaban al cerebro a través de los ojos y de los oídos. Si había alguna parte nuestra que requería una atención prioritaria era la mente.
Comprender e interpretar los sonidos era su función principal. Todos conocemos los resultados de una equivocada interpretación o comprensión. En ese proceso nos iba la vida, la paz, la tranquilidad y todos los demás tesoros que nos rodeaban.
Saber colocar nuestro Ser en su debido lugar, saber dejar de lado las ilusiones o engaños que nos desviaban de nuestro camino, saber escoger la senda oportuna era la función de la mente. Encontremos nuestro Ser y no lo ocultemos celosamente de nada ni de nadie. En él estaba nuestra verdad.
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