martes, septiembre 19

UNIDADES MARAVILLOSAS

Josué estaba mirando al horizonte con mucha tranquilidad. La paz que le rodeaba le invitaba a entrar dentro de sí. La serenidad lo abrazaba y se sentía por momentos vibrar y elevarse por encima de los árboles. Su vista se hacía más extensa y su cuerpo parecía que se deshacía. 

Momentos de tranquilidad y momentos donde todo se ponía en armonía en su interior. Su mente empezó a centrarse en la influencia que tenía su mente en el funcionamiento de su cuerpo. Había leído que en un porcentaje elevado de 70% a 90% las enfermedades del cuerpo dependían de problemas en la mente. 

Se daba cuenta de que era más importante su mente que su cuerpo. Más importante por su papel director sobre el cuerpo. La alegría le despertaban ciertas sustancias en su corriente sanguínea. La tristeza le despertaba otras. Su cuerpo cambiaba según su estado interior. 

La ilusión desplegaba hormonas de alegría. La depresión las inhibía y no dejaba que el cuerpo se moviera de forma normal como todos los días. Todo estaba en la cabeza. Nada se refería al cuerpo. Durante mucho tiempo la medicina se había centrado en la solución inmediata de los efectos en el cuerpo. 

La misión de la medicina era quitar esos efectos. Pero no se dedicaba, por lo general, a buscar la causa que los había provocado. Esa actitud de la medicina nos había hecho despreocuparnos de la influencia de la mente en el cuerpo. Le gustaba mucho una frase que había leído: “si sana tu mente, sana tu cuerpo”. 

Josué, en esos momentos de quietud, veía que tener una mente clara, tranquila, serena y sabia era una influencia maravillosa para el cuerpo. Además del cuerpo, esa visión de la mente daba paz y salida a su vida interior. Todo estaba relacionado, pero la mente dirigía en cada momento. 

Le encantaba leer aquellas líneas. Eran sabiduría que su cuerpo interior le confirmaba. Quería seguir aquellas pisadas, quería continuar en ese camino de luz y de bien: “Has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber sanado”. 

“Y al haber sanado, debes ahora también poseer el poder de sanar. El milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratase de un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa”. 

“Pero allí donde está su causa, tiene que estar el milagro. Ahora se ha producido la causa, aunque aún no se perciba. Y sus efectos se encuentran ahí, aunque aún no se vean”. 

“Mira dentro de ti ahora, y no verás motivo alguno para estar arrepentido, sino razones para sentir un gran regocijo y para abrigar esperanzas de paz”. 

Josué sentía que sus pulmones se ensanchaban. Adquirían aire con un potencial de oxígeno mayor. Su mente dejaba que las hormonas positivas se vertieran en el riego sanguíneo y desde ese camino tan estupendo le mandaba un mensaje de bienestar al cuerpo. 

Durante años había ido cambiando sus actitudes, sus procesos y sus formas de enfrentar las contrariedades. Estaba seguro que su forma aprendida desde pequeño no era la única, la vital, la verdadera ni la suya. Había otra forma de superar escollos con actitudes más sabias, más apropiadas y adecuadas a la sabiduría que iba ganando. 

Esos momentos de superación repercutían en el cuerpo. Los tiempos de tensión arterial disminuían por su paz continua y constante. Los vertidos de hormonas negativas en la sangre para marcar miedo, temores, angustias y ansiedades, iban disminuyendo. 

La confianza que iba desarrollando iban cambiando la química de su cuerpo. Y por ello, entendía esa afirmación: “has aceptado la causa de la curación. Por lo tanto, debes haber sanado”. Su mente había cambiado. La producción de hormonas tanto positivas como negativas había cambiado. 

Su forma de reaccionar había cambiado. La forma de actuar de su cuerpo había cambiado. Por ello se repetía: “El milagro no es un incidente aislado que ocurre de repente como si se tratase de un efecto sin causa. Ni tampoco es en sí una causa. Pero allí donde está su causa, allí tiene que estar el milagro”. 

Josué cerraba los ojos y veía esa visión maravillosa del horizonte en su interior. Dejaba que la luz de los cielos se desarrollara en su corazón, en su pecho, en su corriente sanguínea y en sus respiraciones armónicas. Toda una unidad abrazada por la brisa que soplaba y por la alegría de la unión con el Todopoderoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario