Rafa empezaba a comprender el consejo que una amiga suya, a la que apreciaba mucho por su inmensa sabiduría, le había dado a su esposa. Le había dicho que se fuera por las tardes, después de salir del trabajo a mirar y ver escaparates.
Inicialmente no lograba entenderlo del todo. Tenía la intuición de que esa actividad le hacía olvidar los asuntos del día que siempre estaban en su cabeza dando vueltas y más vueltas. Y esas ideas acababan con su resistencia. La vencían y la abatían totalmente.
Había descubierto que una forma de vencer esos pensamientos era pasarlos por el tamiz de la verdad o el tamiz de sus imaginaciones. Cuando lograba pasarlos por el tamiz de la verdad, llegaba con facilidad a la conclusión y a la idea que debía hacer.
Cuando lo pasaba por el tamiz de sus imaginaciones, era incapaz de pararlos, de fijarlos, de entenderlos y de ponerles el marco oportuno. Esos dos tamices eran muy importantes en el devenir de su vida. Había momentos donde el tamiz de verdad se imponía y le daba mucha paz en sus procesos, en su vida y en sus manifestaciones.
Mirar escaparates era una forma de focalizar la mente en otras cosas y actuaba como una medicina excelente. La mente se interesaba por otras cosas, por otros detalles, por otras actividades y se olvidaba de aquellos asuntos recurrentes que le quitaba la paz de todas todas.
“Lo que les confiere realidad a los perniciosos sueños de odio, maldad, rencor, muerte, pecado, sufrimiento, dolor y pérdida es el hecho de compartirlos. Si no se comparten, se perciben como algo sin sentido”.
“Pues al no prestarles apoyo dejan de ser una fuente de miedo. Y el amor no puede sino llenar el espacio que el miedo ha dejado vacante porque ésas son las únicas alternativas que existen”.
“Donde uno aparece, el otro desaparece. Y el que compartas, será el único que tendrás. Y tendrás el que aceptes, pues es el único que deseas tener”.
Rafa veía la gran verdad del consejo que recibió su esposa. Seguía el camino de la focalización. Era una decisión nuestra y estaba en nuestras manos. Siempre había que focalizarse en algo distinto para evitar la recurrencia de las ideas que nos quitaban la paz.
En esa línea, siempre le impresionaba la actitud de cierto señor que nunca tenía una palabra de censura para nadie. Sólo sabía reconocer las bondades de los demás, los logros de los demás, la felicidad de los demás. Les daba su mejor sonrisa. Los apoyaba y siempre una palabra de amabilidad salía de sus labios.
Cierto día, al preguntarle por esa actitud tan sabia, Rafa recibió una respuesta que todavía la guarda en su corazón. “Si quiero vivir la paz, debo compartirla. Si quiero vivir la alegría, debo ofrecerla. Si quiero sentir la energía conjunta, debo practicarla. Es nuestro camino en la vida”.
Rafa se repetía las palabras finales del párrafo: “Donde uno aparece, el otro desaparece. Y el que compartas, será el único que tendrás. Y tendrás el que aceptes, pues es el único que deseas tener”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario