jueves, septiembre 21

MISTERIOS DESCUBIERTOS

David estaba leyendo aquel párrafo. Deseaba entenderlo. Sabía que hablaba de lo que realmente pasaba en su interior. Y eso era una necesidad acuciante que lo atraía con fuerza a la comprensión del mismo. Verse reflejado en esas ideas y ver esas ideas reflejadas en su interior era todo un desafío. 

Decidió leerlo despacio. Iba de sentencia en sentencia. De punto a punto. No pasaba a la siguiente afirmación sin entender la previa. Lo hacía después de haberlo leído entero muchas veces. La idea global la iba pergeñando. Las ideas particulares debía identificarlas e identificarse. 

Así funcionaba su comprensión, su mente, su proceso de entendimiento. Una cosa entendida era una cosa adquirida e incorporada a su experiencia. Y esa experiencia se volvía vida, vida auténtica porque su cuerpo y su mente la asimilaba y entonces dejaba de ser unas ideas escrita en un libro. 

Pasaban a ser frases escritas en el libro de su vida: “Tu invitado ha llegado. Tú lo invitaste y Él vino. No lo oíste entrar porque la bienvenida que le diste no fue total. Sus dones, no obstante, llegaron con Él. Él los ha depositado a tus pies, y ahora te pide que los contemples y que los consideres tuyos”. 

“Él necesita tu ayuda para dárselos a todos los que caminan por su cuenta creyendo estar solos y separados. Ellos sanarán cuando tú aceptes tus dones”. 

“Tu invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas y donde Él ha puesto Sus dones a su disposición”. 

David trataba de poner cada pieza en su sitio. Un invitado ha llegado. Un Invitado ha venido por haberlo invitado. David reconocía que su confianza iba en aumento. Tenía claro que su mente era la base de partida de toda decisión en su vida. La confianza en la función de su mente era grande y maravillosa. 

Su confianza en el poder de la mente y en sus decisiones serenas, adecuadas, universales, sin menospreciar a nadie, y sabias, se iba desarrollando. Esa confianza era la causante de la invitación. Al llegar a cierto punto de confianza, la invitación se había cursado automáticamente.

Algo en su interior así se lo decía. Su seguridad en su caminar se iba fortaleciendo. Voces le llegaban de que sus planteamientos daban paz, tranquilidad, libertad y claridad. Así el encuentro se había hecho posible. Le llamaba la atención de que la bienvenida no era total. 

Admitía que siempre en el interior del ser humano se debatía y, en ocasiones, se dudaba. Era una experiencia que debía ir expandiéndose. La prudencia, en momentos, también impedía la entrega total. Por ello, iba comprendiendo el texto en su proceso. 

Se regocijaba de que los dones habían llegado. No era necesario dejar de dudar, dejar de plantearse disyuntivas. Y eso le tranquilizaba mucho. Un cierto grado de confianza era vital. Pero no se exigía la totalidad. Y ese descubrimiento le hacía sentir totalmente humano y comprensivo consigo mismo. 

Éramos seres comunicativos. La fuerza de la confianza se compartía, se experimentaba con muchas personas. Se hablaba en las conversaciones personales donde el corazón se abría sin barreras. Y esa misma confianza iba extendiéndose y abarcando a todos los que comentaban y deseaban desarrollar esa forma de pensar, esa forma de enfrentar su existencia. 

Caminar por el camino de la confianza mutua y la confianza en el Todopoderoso abría posibilidades inmensas: “Tu Invitado le dará la bienvenida a todo aquel cuyos pies hayan tocado la tierra santa que tú pisas”. David entendía que esa tierra santa se establecía en la confianza mutua. 

Hermoso párrafo que abría los misterios de nuestra vida. Nos entregaba uno de los mayores tesoros de nuestro caminar por las diversas veredas pisadas por nuestros hermanos en su jornada de cada día.

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