Ana iba leyendo aquel párrafo que tanto le aclaraba, que tanto le ayudaba en su comprensión. Tenía una confusión muy profunda. Le habían dicho, desde pequeña, que el Creador lo había hecho todo perfecto, pero el ser humano lo había rechazado, lo había dejado de lado. No lo había apreciado ni cuidado.
Por otra parte, sentía el inmenso poder de sus deseos. No era fácil ir en contra de los deseos de otra persona o de ella misma cuando esos deseos eran fuertes, vitales y decididos. Los deseos se revelaban como una fuente de dirección en su vida. Eso le sorprendió sobremanera.
Pensaba, por un momento, que, si el ser humano con sus deseos había sido capaz de rechazar al Creador, el ser humano con sus deseos podía crear también su propia realidad, sus propias creencias y sus propias decisiones. En ocasiones, se decía que la vida era dura y difícil. Pero no se ponía el énfasis en que la vida estaba dirigida por nuestros deseos.
La conclusión era sencilla. Nuestros deseos eran los causantes de lo difícil de nuestra vida, de lo difícil de nuestras situaciones. Había un poder en nosotros que no valorábamos de la debida manera. Un poder que arrasaba y que llegaba muy hondo en nuestras decisiones.
Y Ana veía que, para saber orientar bien sus deseos, debía tener una buena comprensión de sí misma, de su funcionamiento y de lo que realmente estaba haciendo. Era su prioridad: entenderse a ella misma. Dedicaba su atención a aquellas líneas que le abrían puertas para ese proceso de comprensión.
“¿Podría haber creado el Padre Celestial algo para que enfermase? ¿Y cómo podría existir algo que Él no hubiese creado? No permitas que tus ojos se posen en un sueño ni que tus oídos den testimonio de una ilusión o engaño”.
“Pues los ojos fueron concebidos para que viesen un mundo que no existe, y los oídos, para que oyesen voces insonoras. Mas hay otras vistas y sonidos que sí se pueden ver, oír y comprender”.
“Pues los ojos y los oídos son sentidos sin sentido, y lo único que hacen es relatar lo que ven y lo que oyen. Mas no son ellos los que ven y oyen, sino tú, quien ensambló cada trozo irregular, cada migaja y fragmento absurdo de prueba para que diera testimonio del mundo que deseas”.
“No permitas que los ojos y los oídos del cuerpo perciban estos innumerables fragmentos dentro de la brecha que tú te imaginaste, ni permitas que persuadan a su hacedor de que sus fabricaciones son reales”.
Ana era cada vez más consciente de la función de sus deseos. Era normal que viviera ese mundo que deseaba. Nadie se lo podía impedir. Nadie se lo podía discutir. Ella interpretaba todo lo que le llegaba a sus ojos y a sus oídos de acuerdo a sus deseos.
Descubría el engaño que estaba viviendo. Ella creía que los ojos y los oídos le daban confirmación de ese mundo que vivía. Acababa de descubrir que esa interpretación se la daba ella a sus ojos y a sus oídos. Se dijo para sí que debía cambiar el orden de la interpretación.
Primero establecería el mundo que deseaba vivir, el mundo que deseaba crear, el mundo que ansiaba su corazón. Esa era su primera decisión. Esa era su primera elección. Después podría interpretar, de acuerdo a su elección, lo que le llegaba a sus oídos y a sus ojos.
Ella era la auténtica intérprete de sus sentidos. Aceptaba que sus sentidos eran sin sentido. Ella les daba sentido. Ella concluía lo que veían desde su elección interna. Un cambio que le devolvía la vida. Un cambio que le abría un nuevo horizonte en su caminar día a día.
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