Daniel estaba repasando el conjunto de personas que había pasado por su vida. Muchos de ellos habían sido sus amigos. Unos pocos habían llegado a ese umbral de ser llamados amigos en mayúscula, con todo el poder, con toda la potencia de la vida.
Esos pocos no eran amigos que le daban más que los demás. Eran amigos porque en su presencia le despertaban unas vetas desconocidas en su vida. Su charla, su presencia era inspiradora. Le sacaban nuevas energías de su ser. Era una maravilla contar su presencia.
En cada ocasión que coincidían nuevas visiones salían de su mente. Eran personas productivas en su vida. No estaba seguro si debía utilizar esa palabra: “productivas”. Pero, le hacían sacar cosas nuevas de su interior. Creía que se conocía.
Sin embargo, cuando compartía y escuchaba en las conversaciones que tenían, siempre había algo nuevo en esas entrevistas que le hacía vibrar una parte desconocida por él mismo en su interior. Se quedaba estupefacto. Era como si le hicieran vivir. Era como si una nueva creación se produjera.
Era como si un nuevo ser naciera por esa conjunción de almas gemelas. Daniel recordaba con mucho cariño todas las buenas y maravillosas visiones que le habían hecho vibrar. En esa línea comprendía el párrafo que estaba leyendo y que le hacía sentir muy bien.
“No te das cuenta de cuánto puedes dar ahora como resultado de todo lo que has recibido. No obstante, Aquel que vino sólo está a la espera de que vayas allí donde le invitaste”.
“No hay ningún otro lugar donde Él pueda encontrarse con Su anfitrión o Su anfitrión con Él. Ni tampoco hay ningún otro lugar donde se puedan obtener Sus dones de paz y dicha, así como toda la felicidad que brinda Su presencia”.
“Pues Sus dones se hallan donde se encuentra Aquel que los trajo consigo para dártelos. No puedes ver a tu Invitado, pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él debe estar ahí”.
“Pues lo que ahora puedes hacer no podrías haberlo hecho sin el amor y la gracia que emanan de Su Presencia”.
Daniel sentía que esa experiencia le había pasado muchas veces. La influencia de algunos de sus amigos había sido vital para arrancarle maravillas de su ser. Se había, gracias a ellos, autodescubierto. Y esa energía nueva que le recorría todos los huesos salían de entendimientos y comprensiones estupendas.
En esa línea de sus amigos se encontraba ahora con su misterio interior. Repetía esas palabras que le llegaban muy hondo. “No puedes ver a tu Invitado, pero puedes ver los dones que trajo. Y cuando los contemples, aceptarás que Él debe estar ahí”.
Daniel aceptaba en su experiencia que no era un Invitado extraño ni imaginado. Tenía la experiencia para darle cumplida cuenta de lo bueno de su elección, de lo bueno de su dedicación, de lo maravilloso de la entrega a ese Invitado que no se podía ver. Pero sus efectos se podían sentir.
Y la experiencia llenaba el corazón de Daniel. Lo abrazaba y lo trataba con mucho cariño tal como él lo hacía con los demás. Los efectos eran caminos poderosos para mostrar la profundidad de la vida y la gloria de lo eterno en nuestro caminar.
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