Samuel estaba delante de la clase. Tenía en sus manos las notas de sus alumnos. Todos los resultados del primer trimestre estaban anotados en aquellas plantillas que sostenía. Los alumnos estaban pendientes de sus notas, de sus resultados.
Les indicaba que ya tenía una idea de su trabajo, de su actitud, de su esfuerzo y de su comprensión de todo lo que habían estudiado. Ahora, con todos esos indicadores de su comportamiento, ya estaba en condiciones de darles no solamente la calificación del primer trimestre sino la del último.
La curiosidad de los alumnos creció por momentos. Sus rostros le pedían que les dijera además de la nota del primer trimestre, la del último trimestre. Estaban utilizando una mezcla de curiosidad y de descreimiento, de sorpresa y de inquietud interna. Todos ellos apreciaban mucho a su profesor.
Todos ellos confiaban en sus palabras. En ciertos momentos del curso, de una forma personal e individual habían trabajado juntos y estaban agradecidos a las orientaciones que el profe les había compartido. Por ello, sabían que no hablaba por hablar ni por adivinar.
Les dijo las notas del primer trimestre. Caras sorprendidas, caras tristes, caras pensativas, caras de resignación. Cada uno fue pasando su momento particular. Cada uno sometía a reflexión el esfuerzo llevado a cabo. Unos estaban contentos. Otros se decían para sí mismos que no valía la pena.
El profesor dejó que fueran digiriendo sus notas y quedó abierto a sus preguntas y a sus aclaraciones. Pasado ese momento, el curso entero se centró en las notas del último trimestre. Querían saberlas. Le preguntaron si estaba tan seguro que se las dijera.
La presión de los alumnos subía de intensidad. Samuel lo escuchaba. Era como si no tuvieran confianza en ellos mismos. Necesitaban que otra persona les dijera algo tan obvio. La respuesta del profe no se hizo esperar. Les compartió que esperaba que algunas notas que tenía en mente no se confirmaran.
Eso reforzaría la idea de que no se iba a trabajar, no se iba a esforzarse, no se iba a superarse. La nota alta de algunos alumnos dependía directamente de su interés y dedicación. Y esperaba el mismo interés y dedicación en los próximos dos trimestres.
Y, en algunas conversaciones personales, deseaba, con todo su corazón, cambiar y motivar la actitud de algunos de ellos. En el camino había dificultades, pero él no estaba allí para ser el juez de las dificultades. Estaba allí para ser el ayudador de esas dificultades.
Terminaba ese período con las siguientes palabras: “Espero que nos entendamos, que hablemos, que nos sinceremos y veamos las puertas de salida para crear la realidad del tercer trimestre. Vosotros y yo nos esforzaremos por alcanzarlo”.
En esa línea de superación leía aquellas líneas: “Ésta es la promesa del Dios viviente: que Su Hijo viva, que toda criatura viviente forme parte de él y que nada más viva”.
“Aquello a lo que tú has dado “vida” no está vivo, y sólo simboliza tu deseo de vivir separado de la vida, de estar vivo en la muerte, y de percibir a ésta como si fuese la vida, y al vivir, como la muerte”.
“Aquí las confusiones se suceden una tras otra, pues este mundo se basa en la confusión y en nada más. Su base es inmutable, si bien parece estar cambiando continuamente”.
“Mas ¿qué podría ser eso, sino lo que realmente significa el estado de confusión? Para los que están confundidos la estabilidad no tiene sentido, y la variación y el cambio se convierten en la ley por la que rigen sus vidas”.
Samuel gozaba con esas ideas. Encontrar la vida, y la vida auténtica en el esfuerzo sentido, contenido, sensato y estable a lo largo del tiempo. El esfuerzo de cada día era todo lo que la vida nos pedía. Y, muchos de nosotros, preferíamos la muerte.
Una muerte que era más tranquila, menos agobiante. Eso de estudiar todos los días, de esforzarse todos los días, hacer nuestra parte todos los días, eso era una vida no deseada por muchos. Hacia el final, cuando el tiempo apremiaba se quería aprender todo de una tacada.
Y eso era realmente una confusión. Se confundía la muerte con la vida y se prefería la muerte. Y eso, como profesor, no lo quería para sus alumnos. Su trabajo personal y sus charlas individuales se ponían en marcha. La búsqueda de la estabilidad, de los esfuerzos diarios y continuos se buscaban en cada charla.
Al final, la nota revelaría ese trabajo estable y duradero en el tiempo con su nota conseguida. Además de unos conocimientos específicos, se adquirían bases de comportamientos y bases de esencia en el interior de la conciencia de cada uno.
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