sábado, septiembre 9

UNA PROMESA ENTRE EL CREADOR Y TÚ

Belinda se sentía un poco incómoda. Esa idea de que ella no guardaba su palabra era un tanto hiriente para su experiencia. Se consideraba una mujer de palabra. Trataba de cumplir todas las obligaciones a las que se enfrentaba en su vida. Eso le daba paz, tranquilidad y sentido a su vida. 

Sentía dentro de ella que siempre había tratado de cumplir todas sus promesas. Era una cualidad que la definía. Su palabra prudente siempre llegaba a los corazones y ella, responsable, sabía acudir, en cada ocasión, a la persona para compartir con ella todo su arsenal de ayuda de cualquier modo. 

Era un gozo estupendo. La llenaba grandemente. Era su deleite. La paz y la tranquilidad que ganaba llegaba a esa paz infinita que rodeaba su alma. Entendía muy bien las palabras de Jesús referidas a la paz: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, pero mi paz no es como la paz que el mundo os da”. 

Sus momentos de serenidad la llenaban sobremanera. Cerrar los ojos y sentir que había llegado donde quería llegar, había hecho lo que quería hacer, había escrito lo que había decidido escribir. Todos los puntos en su horizonte se transformaban. Se volvían de colores. La ilusión le subía por las mejillas que se coloreaban de gozo y de dulce calma. 

Aquel texto la tenía un tanto pensativa. Nunca había considerado tan alta distinción delante de su Creador. Era una persona humilde que se conformaba con poco lugar, con poco reconocimiento y con la seguridad del trabajo, según su parecer, bien hecho. 

Se dejaba llegar por aquellas palabras: “Que este sea el acuerdo que tengas con cada uno de tus hermanos: que estarás unido a él y no separado. Y él será fiel a la promesa que le hagas porque es la misma que él le hizo a Dios y que Dios le hizo a él”. 

“Dios cumple Sus promesas; Su Hijo cumple las suyas. Esto fue lo que Su Padre le dijo al crearlo: “Te amaré eternamente, como tú a Mí. Sé tan perfecto como yo, pues nunca podrás estar separado de Mí”. Su Hijo no recuerda que le contestó: “Sí, Padre”, si bien nació como resultado de esa promesa”. 

“Con todo, Dios se la recuerda cada vez que él no desea mantener la promesa de estar enfermo, y permite, en cambio, que su mente sea sanada y hecha una con la humanidad”. 

“Sus votos secretos son impotentes ante la Voluntad de Dios, cuyas promesas él comparte. Y lo que ha utilizado como sustituto de estas no es su voluntad, pues él se comprometió a sí mismo a Dios”. 

Lo leía y no llegaba a comprenderlo en su totalidad. Lo leía y veía que tenía una fuerza que le llegaba al corazón. El mismo Dios estableciendo una hermosa promesa con Su Hijo. Belinda se sentía identificada en esa posición. Dios mismo hablando con ella y diciéndole: “Te amaré eternamente como tú a Mí. Sé tan perfecta como Yo, pues nunca podrás estar separada de Mí”. 

Y lo que más le llamaba la atención era la frase que seguía: “Su Hija no recuerda que le contestó: “Sí, Padre”, si bien nació como resultado de esa promesa. Era lo más hermosa que había leído, había pensado, se había considerado. Una conversación entre el Padre y ella. 

Una promesa entre el Creador y ella. Las palabras se deslizaban por sus labios y por su lengua: “Te amaré eternamente como tú a Mí”. La parte que seguía la dejaba sin palabras: “Sé tan perfecta como Yo, pues nunca podrás estar separada de Mí”. 

Nunca hubiera podido imaginar en su mente que ocupaba un lugar tan destacado en la vida del Creador. La había tratado con tanta altura, con tanta bondad, con tanto respeto, con tanta profundidad que se sentía, juntamente con todos sus hermanos, maravillosos Hijos de Dios. 

Una vez descubierta, Belinda ponía esa frase en su corazón, en su mente, en sus pulmones, y en su respiración. Era una promesa y una promesa no se podía ignorar, dejar de lado, ni menospreciar. Las promesas estaban para cumplirlas y con ese gozo, cerró los ojos, su pensamiento se elevó y se dejó llevar.

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