viernes, septiembre 1

EN CADA UNO HABITA LA PLENITUD

Santiago acababa de hablar con su director. Como siempre, la conversación había sido amable, cariñosa, intensa y muy sabia. Se sentía bien en esos encuentros que, de vez en cuando, tenían y podían compartir las inquietudes que vibraban en sus corazones. 

Le sorprendía la capacidad de empatía que tenía. Muchos asuntos que tenía en su cabeza y no quería compartirle por considerarlos demasiados personales, el director se los sacaba. Lo invitaba a compartirlos y le daba sus orientaciones. Además de su director del centro, era un amigo, un excelente psicólogo, un corazón respetuoso y amante. 

Ese sentido de la cercanía le daba mucha energía. Sus clases se veían matizadas por su saber, por su investigación, por su ilusión, por su entusiasmo y por hacer vibrar a los estudiantes con esos conocimientos que nos acercaban un poco más a los misterios de la vida. 

Santiago observaba que su director estaba dentro de él. Esa fuerza se transmitía y esa unidad redundaba en la unidad de todos los alumnos. Cualquier detalle que surgía, la comprensión y el apoyo mutuo que gozaban todos los docentes con el director se ponía de manifiesto entre todos. 

La fuerza en su labor de cada día se aumentaba cada vez más. Sabía que esa buena relación que tanto le ayudaba en su quehacer diario también ocurría con cada uno de sus compañeros. Nunca, en ningún momento, le había hecho el director un comentario de menosprecio sobre ellos. 

Todo lo contrario. El director siempre hablaba a todos de sus compañeros subrayando sus dones, sus entregas y sus generosidades. Era un proceso de unión, de sensación conjunta como equipo. No se sentían aislados por ningún proceso de competencia. Eran una unidad en su proceso de formación continua y constante. 

Santiago reconocía que las materias propias de la especialización las había aprendido en la universidad. La materia propia de las relaciones humanas, propia del respeto, propias de la valoración de cada uno de nosotros por los demás, la había aprendido de su director. Todos aprendían y limaban escollos y divergencias. 

Experiencias que quedaban grabadas en la mente de la vida y en los pliegues del corazón. Experiencias que no habían florecido en los ámbitos anteriores en los que Santiago había estado. Aquello era un descubrimiento en ese camino de unión y de apoyo continuo y constante. 

Sin lugar a dudas, no estaba sólo contento por su trabajo, por sus alumnos, por sus materias, por sus investigaciones, por sus logros y por sus hallazgos. Estaba contento porque esa asignatura de la vida estaba entrando con mucha alegría en su currículo de la experiencia. 

Un dirigente que unía y no buscaba su brillo propio. Un dirigente que resaltaba el afecto, el respeto y la admiración entre todos y no su capacidad de sentirse importante. Un dirigente que vivía con intensidad las incidencias y siempre tenía una palabra de apoyo, de cariño, de afecto, y de silencio cuando tocaba por el drama de la vida. 

El corazón de Santiago se sentía totalmente agradecido: “Te doy las gracias, Padre, sabiendo que Tú vendrás a salvar cada diminuta brecha que hay entre los fragmentos separados de Tu santo Hijo”. 

“Tu santidad, absoluta y perfecta, mora en cada uno de ellos. Y están unidos porque lo que mora en uno solo de ellos, mora en todos ellos. ¡Cuán sagrado es el más diminuto grano de arena, cuando se reconoce que forma parte de la imagen total del Hijo de Dios!”

“Las formas que los diferentes fragmentos parecen adoptar no significan nada, pues el todo reside en cada uno de ellos. Y cada aspecto del Hijo de Dios es exactamente igual a todos los demás”. 

Santiago se regocijaba con esa visión de unión y comprensión en todos Sus Hijos. En todos y en cada uno vivía la plenitud del Padre. Por ello, iba aprendiendo que no había personas más y otras menos. Personas más importantes y otras menos. 

Todo el grupo remaba en la misma dirección. Era una cuestión de caminar unidos, de ir a un mismo objetivo, de descubrir la grandeza de la plenitud divina. En ese camino no había personas que destacaran frente a otras. En ese camino cada uno se descubría y veía en su interior la grandeza de su Creador.

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