Benito estaba ajustando sus ideas para comprenderlas de una forma más precisa. El cuerpo de la persona cambiaba al pasar por las etapas de la niñez a la pubertad y a la juventud. Los cambios eran muy significativos. Esos cambios corporales se reflejaban en la mente y en la forma de pensar.
Una vez que se pasaba por esos cambios tan evidentes en la presencia y en los planteamientos de la persona, una mentalidad serena, fuerte, y sencilla empezaba a tomar el timón de la persona. Esas etapas de maduración eran diferentes en cada persona.
La idea era desembocar en una llanura de estabilidad ante los reclamos de la vida y los objetivos que esperábamos de ella. Había principios que nunca podrían cambiar. Los cuerpos ya no cambiaban. Los principios estables se iban aposentando en la experiencia.
La idea de que el espíritu era “Uno” y estaba en todas las personas por tener la misma procedencia no podría cambiar nunca. Una vida que comprendía el amplio alcance del ser humano. Una vida que sabía que cada uno estaba en su etapa de descubrimiento y nos apoyábamos los unos a los otros.
Eso tampoco podría cambiar en ningún momento. Benito no se había planteado esa estabilidad en su vida. Creía que su ascensión era continua, constante, diaria y sin descanso. Tenía en su mente grabada la idea de que, en la escalera de la ascensión, si se perdía un peldaño la caída era total.
Esa idea le provocaba, en muchas ocasiones, tensiones internas. Le hacía sentirse mal si cada día no alcanzaba su propósito. Todo dependía de él y no podía confiarse. Sin embargo, entendía, comprendía, la función de esos principios que una vez alcanzados, siempre estaban dispuestos en su ayuda en su interior.
Su idea de la paz cambiaba. Ya no era un nivel más alto que el que tenía el día anterior. La comprensión alcanzada ya estaba en su plenitud. No era una ascensión hacia arriba, era una expansión en su meseta del corazón, de la mente y de su visión interna.
En lugar de un esfuerzo continuo de fuerza, era una comprensión de poner cada pieza del puzle en su lugar adecuado. Así la imagen de serenidad, de paz, de tranquilidad y de alegría se reflejaba en el puzle con toda la fuerza de la ilusión, del entusiasmo. El logro tranquilo y sereno de ese entendimiento recorría todo su ser.
Benito realmente se estaba ajustando. “El cuerpo no cambia. Representa el sueño más amplio de que el cambio es posible. Cambiar es alcanzar un estado distinto de aquel en el que antes te encontrabas”.
“En la inmortalidad no hay cambios, y en el Cielo se desconocen. Aquí en la tierra, no obstante, los cambios tienen un doble propósito, pues se pueden utilizar para enseñar cosas contradictorias”.
“Y esas cosas son un reflejo del maestro que las enseña. El cuerpo puede parecer cambiar con el tiempo, debido a las enfermedades o al estado de salud, o a eventos que parecen alterarlo”.
“Mas esto sólo significa que la mente aún no ha cambiado de parecer con respecto a cuál es el propósito del cuerpo”.
Benito se dejaba llevar por la bondad de esas palabras. Por la brisa que soplaba apacible. Una ilusión nueva emergía de sus entrañas. Ya no debía pensar que si algún día no cumplía su misión todo su logro se desmontaría. El cambio de la imagen, en su mente, era muy notoria.
Ya no se trataba de subir una escalera vertical. Se componía una superficie horizontal donde todo se quedaba y se asentaba con seguridad y sin problemas. La comprensión y no el esfuerzo de tensión continuo se iba aposentando en el horizonte de Benito. Y eso le quitaba un fardo pesado de su vida.
Podía sentirse orgulloso de la parte del puzle conseguido. Y seguía con esa ilusión de poder completarlo con su sabiduría que iba adquiriendo. La paz le invadía y el descubrimiento lo llenaba por doquier. Toda una idea cambiada en su mente desde su temprana niñez.
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