Mateo se daba cuenta de que cuando valoraba de una forma intensa alguna idea, alguna cosa, algún elemento, se entregaba para ofrecer todo lo que podía para obtener ese bien tan preciado. Toda su vida se fijaba en ese intercambio. Daba para obtener algo que valoraba mucho.
El caso contrario, también se daba. Cuando no se valoraba, todo era un sacrificio insoportable que se debía llevar a cabo si las normas lo decían, si la buena educación lo sugería y si las tendencias en nuestro hogar así nos lo habían enseñado. Eran esas cosas por las que se debía pasar sin quererlas mucho.
Toda nuestra vida era una especie de valoración que nos iba dando nuestra personal visión de quiénes éramos personalmente nosotros. Así se iba formando nuestro carácter, nuestras ideas, nuestros logros y nuestros esfuerzos para alcanzar aquello deseado.
“Nunca te olvides, por consiguientes, de que eres tú el que determina el valor de lo que recibes, y el que fija el precio de acuerdo con lo que das. Creer que es posible obtener mucho a cambio de poco es creer que puedes regatear con Dios”.
“Las leyes de Dios son siempre justas y perfectamente consistentes. Al dar, recibes. Pero recibir es aceptar, no tratar de obtener algo. Es imposible no tener, pero es posible que sepas que no tienes”.
“Estar dispuesto a dar es reconocer que tienes, y sólo estando dispuesto a dar puedes reconocer lo que tienes. Lo que das, por lo tanto, equivale al valor que le has adjudicado a lo que tienes, al ser la medida exacta del valor que le adjudicas”.
“Y esto, a la vez, es la medida de cuánto lo deseas”.
Mateo reconocía que si se daba era porque se tenía claro que se tenía. Pero aquellos que consideraban que no tenían, aunque fuera totalmente incierto, nunca podrían descubrir lo que realmente poseían.
Su mente quedaba en suspenso. Cuando en muchas ocasiones había decidido que no tenía, había aceptado la idea de la falsedad. Todos teníamos, realmente, muchos dones que se podían compartir con los demás.
Así que dar era la prueba innegable de que se compartía lo que se tenía y ello nos hacía conscientes de las riquezas que Dios había depositado en nosotros.
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