Carlos se había enfrentado a la elección entre carne y espíritu referido al ser humano. Se había dado cuenta de que si definíamos a los demás por el cuerpo se podían constatar un gran número de diferencias entre los seres humanos. Recordaba en sus adentros la preocupación de un muchacho turco respecto al aspecto.
Los dos estaban en una universidad de Londres. Los dos estaban estudiando inglés. Carlos consideraba a aquel muchacho con mucha naturalidad y con la misma deferencia que a sus compañeros nacionales. Sin embargo, el muchacho turco le repetía que tenía la misma apariencia que Carlos.
Constató la preocupación de aquel muchacho de darle una importancia vital al cuerpo. Necesitaba sentirse europeo. Los cuerpos tienen infinidad de diferencias incluso dentro de la misma familia biológica. Subrayar unas diferencias en detrimento de otras no tenía ningún sentido. El cuerpo nos hacía diferentes. Pero el espíritu nos hacía iguales.
El espíritu no se veía, pero se sentía. El espíritu no tenía forma, tenía contenido. La carne tenía como futuro la muerte, la descomposición y el polvo. El espíritu era eterno. A pesar de tenerlo claro, Carlos pensaba en la propuesta que le hacían aquellas ideas escritas.
“O bien ves la carne o bien reconoces el espíritu. En esto no hay términos medios. Si uno de ellos es real, el otro no puede ser sino falso, pues lo que es real niega su opuesto”.
“La visión no ofrece otra opción que esta. Lo que decides al respecto determina todo lo que ves y crees real, así como todo lo que consideras que es verdad. De esta elección depende todo tu mundo, pues mediante ella estableces en tu propio sistema de creencias lo que eres: carne o espíritu”.
Si eliges ser carne, jamás podrás escaparte del cuerpo al verlo como tu realidad, pues tu decisión reflejará que eso es lo que quieres. Pero si eliges el espíritu, el Cielo mismo se inclinará para tocar tus ojos y bendecir tu santa visión a fin de que no veas más el mundo de la carne, salvo para sanar, consolar y bendecir”.
Carlos se daba cuenta de que había elegido el espíritu. Por ello, la preocupación de aquel muchacho turco le hizo pensar y reflexionar sobre algo que no estaba en su mente.
La relación de Carlos con aquel muchacho turco era natural, sencilla, amistosa, agradable y respetuosa. Nunca se había planteado si tenían diferencias corporales a la vista. La continua repetición del muchacho turco de dejar de manifiesto que eran similares en la apariencia le dejaba sin palabras.
Para Carlos, aquel muchacho turco era como su hermano. Mismo espíritu, mismo aprendizaje, mismo fondo de amor, misma relación de admiración y respeto. Misma procedencia como Hijo de Dios. Misma comunicación.
Muchas veces los seres humanos creemos que lo más importante de nuestros semejantes es el cuerpo, y la realidad es otra, lo primordial del ser humano es su espíritu, porque es eterno. Felicidades por tu reflexión, sabes llevar cada historia de una manera excepcional. Un fuerte abrazo...
ResponderEliminarLa fuerza de lo eterno se manifiesta en nosotros. Abrazos.
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