domingo, diciembre 10

UNA PARADOJA IMPENSABLE

Adolfo se quedaba un tanto perplejo ante aquella lectura. Desde pequeño había oído a las personas acusar a otras de actitudes equivocadas. Desde pequeño, él mismo lo había hecho imitando a los demás y a los sentimientos internos que esas acusaciones nos despertaban. 

De vez en cuando aparecían por las familias acusaciones que rompían los lazos de paz y de concordia. Esas experiencias, cuando tocaban a su familia, las sufría mucho. El corazón de Adolfo estaba hecho para las buenas relaciones. Admiraba mucho a su familia y quería que se llevaran bien entre todos. 

Ahora tenía que ir asimilando esas ideas que se grababan en su mente, en su corazón, en sus músculos y en sus retinas. Aceptaba y comprendía lo que explicaba aquel párrafo. Nadie le había dicho nada parecido en todos sus años. No había encontrado ninguna explicación. 

Ni en su familia, ni en la escuela, ni en la Universidad, ni los hombres cultos con los que había hablado. Era un tema totalmente nuevo y se quedaba quedo y pensativo ante aquella propuesta. Era una forma de conocernos a nosotros mismos. Y, ya era sabido, las personas son unas puras extrañas para ellas mismas. 

“Sólo los que se acusan a sí mismos pueden condenar. Antes de tomar una decisión de la que se han de derivar resultados tienes que aprender algo, y aprenderlo muy bien”. 

“Ello tiene que llegar a ser una respuesta tan típica para todo lo que hagas que acabe convirtiéndose en un hábito, de modo que sea tu primera reacción ante toda tentación o suceso que ocurra”. 

“Aprende esto, y apréndelo bien, pues con ello la demora en experimentar felicidad se acorta por un tramo de tiempo que ni siquiera puedes concebir: nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos”. 

“Sea cual sea la forma que sus pecados parezcan adoptar, lo único que hacen es nublar el hecho de que crees que son tus propios pecados y, por lo tanto, que el “ataque” es su justo merecido”. 

Adolfo recordaba ocasiones donde en ciertos hechos realizados por sus amigos no encontraba en ellos ningún motivo de condenación. Trataba de animarlos y darles toda su paz. 

Pero había otros hechos en los que se encontraba violento con ellos y los condenaba en lo más íntimo de su ser. Padecía con ellos. Ahora, al leer el párrafo, comprendía que no los condenaba por sus faltas, los condenaba porque eran parte de sus pecados interiores. 

Se veía reflejado y los condenaba. Entendía ahora que cuando no encontraba motivo de condenación era porque en su interior esos pecados no existían en él, y por ello no los proyectaba. 

Toda una reflexión que le llegaba muy hondo. Toda una reflexión que le hacía pensar, meditar y descubrir lo que de verdad había en su corazón. Era un buen método para conocerse a uno mismo. Si condenaba, era porque se condenaba a sí mismo. Estaba claro.

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