José estaba pensando en una palabra de esas que siempre le habían producido cierto temor, cierto prejuicio, cierto malestar. Era una palabra que indicaba algo que se debía evitar. Y esa idea en la mente de un joven siempre era un desafío. No se podía seguir al pie de la letra todos los planteamientos de los adultos.
No siempre los adultos tenían razón en todo. No siempre conocían todos los detalles. No siempre sus miedos les dejaban compartir su experiencia basada en una dudosa sabiduría. La palabra en cuestión era “tentación”. Algunas experiencias estaban claras que no debían ser tentadas o llevadas a efecto.
El final de ellas conllevaba su propio castigo por imprudentes. Una vez descubrió una definición de “tentación” que le dejó pensativo. Era un deseo de ser alguien distinto a quien se era. Nunca la había entrevisto desde esa perspectiva. Nunca había considerado la tentación más allá de lo evidente.
Ahora podía tener una visión más amplia: “La lección que la tentación siempre quiere enseñar, en cualquier forma que se presente e independientemente de donde ocurra, es esta:”
“Quiere persuadir al Hijo de Dios de que él es un cuerpo, nacido dentro de lo que no puede sino morir, incapaz de librarse de su flaqueza y condenado a lo que el cuerpo le ordene sentir”.
“El poder del cuerpo es la única fuerza de la que el Hijo de Dios dispone y el dominio de este no puede exceder el reducido alcance del cuerpo. Cristo te propone otra cosa:”
“Elige de nuevo si quieres ocupar el lugar que te corresponde entre los salvadores del mundo, o si prefieres quedarte en el infierno y mantener a tus hermanos allí”
“¿Cómo se lleva a cabo esta elección? ¡Qué fácil de explicar es esto! Siempre eliges entre tu debilidad y la fortaleza de Cristo en ti. Y lo que eliges es lo que crees que es real”.
“Sólo con que te negases a dejar que la debilidad guiase tus actos, dejarías de otorgarle poder. Y la luz de Cristo en ti estaría entonces a cargo de todo cuanto hicieses. Pues habrías llevado tu debilidad ante Él, y, a cambio de ella, Él te habría dado Su fortaleza”.
José se quedaba lleno de la gran posibilidad de considerar la tentación desde ese nuevo punto de vista. Toda una libertad de elección en su interior. Toda una potente polaridad entre la debilidad y la fortaleza. Ahora entendía que era fácil contestar a la elección.
“Sólo con que te negases a dejar que la debilidad guiase tus actos, dejarías de otorgarle poder. Y la luz de Cristo en ti estaría entonces a cargo de todo cuanto hicieses. Pues habrías llevado tu debilidad ante Él, y, a cambio de ella, Él te habría dado Su fortaleza”.
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