Mario estaba contento. El nuevo año había empezado una vez más en su vida. Una nueva oportunidad se desplegaba ante sus ojos. Era una delicia sentir las campanadas que anunciaban el final y el inicio de un año que abrazaba sus horas tranquilas.
Momentos de alegrías, delicias compartidas, historias que emocionaban y un perfume de buenas relaciones que siempre, en esas fechas, se desarrollaban de un modo especial y que todos agradecían como despedida del año. Eran unas fiestas encantadoras.
Manos que se estrechaban, abrazos que se compartían, risas que alegraban las caras y comunicaciones preciosas rodeadas de una salsa con especial melodía de candor y de ojos felices en sus lugares altos como atalayas que compartían esas visiones que pocos veían.
Mario quería, con todo ese bagaje en su corazón y en sus entrañas, entrar en el año nuevo con toda la fuerza de esa novedad que siempre le traía algo diferente en su vivir de cada día. Y leyendo esas ideas se quedo quieto, sereno, enfocado y centrado para escuchar con la profundidad de los nuevos descubrimientos.
“Aprender significar cambiar. La salvación no intenta valerse de medios que todavía sean tan ajenos a tu modo de pensar que no te sirvan de nada, ni tampoco es su intención producir cambios que tú no puedas reconocer”.
“Mientras perdure la percepción habrá necesidad de conceptos, y la tarea de la salvación es cambiarlos. De acuerdo con los conceptos del mundo, los culpables son “malos” y los inocentes “buenos””.
“Y no hay nadie aquí que no tenga un concepto de sí mismo que cuenta con lo “bueno” para que le perdone lo “malo”. No puede tampoco confiar en el aspecto “bueno” de nadie, pues cree que el “malo” anda ahí por el acecho”.
“Este concepto hace hincapié en la traición, de modo que resulta imposible tener confianza. Nada de esto puede cambiar mientras percibas lo “malo” en ti”.
Mario se quedó inicialmente sin palabras. Todas las personas cometían equivocaciones y tenían errores en su proceso de aprendizaje. ¿Cómo encajar esa nueva idea? ¿Dónde estaba la salida a este callejón sin salida? Se centró en el proceso de enseñanza que como profesor aplicaba cada día.
Trataba con todo esmero de ayudar a centrar las ideas correctas para que sus alumnos comprendieran con claridad cada concepto. Nunca se le ocurriría decir que no lo aprendían porque eran “malos”. Esos conceptos estaban lejos del ambiente del aula.
Una equivocación, un error se podía corregir. Una equivocación, un error no nos hacía “malos”. Nos decían que estábamos caminando por nuestra senda del aprendizaje. Superar esos errores nos daba una alegría inmensa.
La última frase del texto se deslizaba; “Nada de esto puede cambiar mientras percibas lo “malo” en ti”. Mario vio que se había utilizado una palabra incorrecta. Se había confundido error por “malo”. Podemos percibir errores en nosotros, pero en nosotros no se podía encontrar lo “malo”.
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