Benjamín se daba cuenta de que en algunas ocasiones se había engañado a él mismo en la línea de su pensamiento. Estos engaños eran considerados de diversa manera a lo largo de su vida. En las primeras ocasiones se censuraba a sí mismo.
Se sentía molesto, incómodo y absurdo por esas equivocaciones. Por otro lado, era normal. Según lo que conocía había decidido. La idea de que éramos aprendices de todo porque todo lo aprendíamos era algo que se repetía de continuo.
Observaba que otras personas también cometían errores de pensamientos y de conclusiones y eran muy duras consigo mismas. Se censuraban, se llenaban de culpa, se insultaban y maldecían de ellas mismas. Benjamín no lo entendía. Los errores eran errores. Los errores no eran culpas.
Había quitado de su vida la palabra “culpa”. El error podía enmendarse. La culpa era una herida continua que se ahondaba en el alma. Y los seres humanos en su proceso de aprendizaje lo único que cometían eran errores, nunca culpas.
“La oscuridad, de hecho, jamás puede ocultar a la santidad, pero tú puedes engañarte a ti mismo al respecto. Este engaño te hace temer porque te das cuenta en tu corazón de que es un engaño, y realizas enormes esfuerzos por establecer su realidad”.
“El milagro sitúa a la realidad en el lugar que le corresponde. A la realidad le corresponde estar únicamente en el espíritu, y el milagro reconoce únicamente la verdad”.
“De este modo desvanece las falacias que albergas con respecto a ti mismo, y te pone en comunión contigo mismo y con Dios. El milagro se une a la Expiación al poner a la mente al servicio del Espíritu Santo”.
“Así se establece la verdadera función de la mente y se corrigen sus errores, que son simplemente una falta de amor. Tu mente puede estar poseída por falacias, pero el espíritu es eternamente libre”.
“Si una mente percibe sin amor, percibe tan sólo un armazón vacío y no se da cuenta del espíritu que mora dentro. Pero la Expiación restituye el espíritu al lugar que le corresponde. La mente que sirve al espíritu es invulnerable”.
Benjamín había unido en su pensamiento cuatro palabras: mente, amor, espíritu, invulnerable. La mente que percibe sin amor es ciega al espíritu. No ve el espíritu. No ve la totalidad. La Expiación restituye el amor y el espíritu al lugar que le corresponde.
La mente que percibe con amor capta el espíritu. Así se puede concluir que la mente que sirve al espíritu es invulnerable.
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