Guille pensaba en esa palabra que tantas sugerencias le había traído en su vida: la tentación. Unas veces asociadas a cosas no muy aceptables. Otras veces, a delicias y placeres. Un enfrentamiento de experiencias a los que unos le llamaban tentación y otros, liberación.
La experiencia y las enseñanzas en ocasiones no casaban bien. Descubrir lo que realmente nos hacia daño era a veces una creencia más que una realidad. Pero, Guille sabía que vivíamos en el terreno de las creencias. Así que le dábamos, en muchos momentos, posibilidad de realidad.
Era toda una sabiduría poder discernir aquello que realmente nos hacia daño de aquello que nos liberaba y estaba a nuestra mano. Toda una sabiduría invadía nuestra mente y se ofrecía para que nosotros pudiéramos elegir y pudiéramos caminar y reconducir nuestras creencias.
“¿Qué es la tentación, sino el deseo de hacer que las ilusiones sean reales? No parece ser el deseo de hacer que lo que es real no lo sea. Sin embargo, es una afirmación de que algunas clases de ídolos ejercen una poderosa atracción que los hace más difíciles de resistir que aquellos que tú preferirías que no fuesen reales”.
“Toda tentación, por lo tanto, no es más que esto: una plegaria para que el milagro no ejerza influencia sobre algunos sueños, y para que, en vez de ello, mantenga su irrealidad oculta y les otorgue realidad”.
“El Cielo no responde a tal oración, ni tampoco se te puede conceder un milagro para sanar las apariencias que no te gustan. Has establecido límites. Lo que pides se te concede, pero no por el Dios que no conoce límites. Sólo tú te has limitado a ti mismo”.
Guille veía un contrasentido en nuestros deseos. La plegaria al Eterno se centraba en la petición de que el milagro no ejerciera influencia sobre algunos sueños equivocados y dejara su irrealidad oculta de nuestra visión. La limitación estaba clara:
“El Cielo no responde a tal oración, ni tampoco se te puede conceder un milagro para sanar las apariencias que no te gustan. Has establecido límites. Lo que pides se te concede, pero no por el Dios que no conoce límites. Sólo tú te has limitado a ti mismo”.
Y concluía que esas limitaciones las proyectábamos sobre el Eterno. En lugar de reconocer nuestra propia limitación quedábamos frustrados porque el milagro no se concedía. Ahora veía un poco más claro el papel de las tentaciones en nuestra vida.
Veía con mayor luz el funcionamiento de las tentaciones. Ellas no se centraban en negar la realidad. Destacaban que ciertas atracciones eran poderosas y ocultaban su propia irrealidad. De ahí la necesidad de visión para desenmascararlas y ver que no tenían inmutabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario