Mateo recordaba las veces que había cambiado de parecer al enfrentar un problema. Alguna de esas veces fue muy pronunciado. Bajo la ira, la frustración y la desilusión el panorama se obnubilaba y perdía la visión de cómo enfrentar la situación.
Cuando era sabio, dejaba que pasara el tiempo, al menos un día, por lo menos, si no podía dejar más. Después con una visión más calmada y tranquila podía pensar en el asunto viendo alternativas que anteriormente no había visto y le habían angustiado.
“Sin lugar a dudas”, se decía así mismo, “somos cambiantes, realmente cambiantes, terriblemente cambiantes”. Entendía mucho mejor a las personas que le aconsejaban que demorara la respuesta para ver todas las posibilidades y elegir la mejor en cada momento.
Bajo el poder de la emoción todas nuestras percepciones estaban alteradas. No era un buen momento oportuno para analizar, entender, comprender, valorar y ver las alternativas. Se requería de cierta distancia, de cierta paz y serenidad para ver con amplitud todas las alternativas.
Al leer aquellas ideas se llenaba de una esperanza nueva: “Precisamente porque la realidad es inmutable, existe en ella un milagro que sana todas las cosas cambiantes y te las ofrece para que las veas en una forma de felicidad y que está libre de temor”.
“Se te concederá ver a tu hermano de esta manera. Pero no mientras quieras que sea de otra manera con respecto a otras cosas. Pues eso sólo significaría que no lo quieres ver curado e íntegro”.
“El Cristo en él es perfecto. ¿Es esto lo que quieres contemplar? No dejes entonces que haya sueños acerca de él que tú prefieras ver en lugar de Cristo en él”.
“Y verás a Cristo en él porque permitiste que Él viniera a ti. Y cuando Él se te haya aparecido, tendrás la certeza de que eres como Él, pues Él es lo inmutable en tu hermano y en ti”.
Mateo quedaba absorto por esas afirmaciones. En lugar de ver al hermano, ver a Cristo en el hermano. Y eso era posible si dejaba que Cristo viniera a él. Y repetía la frase última: “Él es lo inmutable en tu hermano y en ti”.
El objetivo era maravilloso para serenarse, dejar pasar el tiempo, tranquilizarse y dejar salir el Cristo que anidaba en su interior y permitirle que tomara las decisiones oportunas. Esa era la decisión de la vida: Permitir la entrada en nuestro corazón y en nuestro pensamiento de Él.
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