Pablo se dejaba llevar por esos pensamientos que pasaban delante de sus ojos y viajaban al interior con su carga de paz y de esperanza, con su carga de alegría y una renovada ilusión, con su carga de aliento y de vida que todo lo magnificaba y que a todas las células de su cuerpo vivificaba.
Pensamientos que leía y releía. Eran un espejo donde él se reconocía como persona, como conjunto de sentimientos, como conjunto de objetivos en su alma y en su vida. Eran como música celestial que se difundía a través de sus oídos y de toda la atmósfera que le rodeaban.
“En el mundo que resulta de la lección que afirma que el Hijo de Dios es inocente no hay miedo, la esperanza lo ilumina todo y una gran afabilidad refulge por todas partes”.
“No hay nada en él que no te invite amorosamente a ser su amigo y a que le permitas a unirse a ti. Ni una sola llamada deja jamás de oírse, se interpreta erróneamente o se queda sin contestar en el mismo lenguaje en que se hizo”.
“Y entenderás que ésta es la llamada que todos los seres y todas las cosas en el mundo siempre habían hecho, pero que tú no habías percibido como tal. Y ahora te das cuenta de que estabas equivocado”.
“Te habías dejado engañar por las formas que ocultaban la llamada. Por lo tanto, no la podías oír, y así, perdiste un amigo que siempre quiso ser parte de ti. La eterna y queda llamada de cada aspecto de la creación de Dios a la totalidad se oye por todo el mundo a la que esta otra lección da lugar”.
Pablo se encogía de hombros ante tanta bondad. Pablo abría su corazón ante tanta claridad como le llegaba a sus ojos mentales del conocimiento. Era un hermoso descubrimiento y su alma lo recibía con toda la fuerza de las almas sinceras y buenas que admitían que el Hijo de Dios es inocente.
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