domingo, noviembre 19

LO DIFÍCIL NOS ATRAPA

Marcos estaba en clase escuchando con atención al profesor. Lo admiraba mucho. Su sabiduría entraba en su interior de forma natural sin cuestiones difíciles para elucidar. Todo era claro como el agua clara del arroyo que brotaba de fuentes puras. 

Escuchaba una anécdota que le había pasado en otra clase de la misma universidad. Los alumnos le decían que no era un profesor universitario. Era un profesor que dejaba todos los contenidos claros, sencillos, bien comprensibles. Le indicaban que para ser un buen profesor de universidad debía utilizar conceptos difíciles de comprender. 

Ese era el toque de ser buen profesor. En tanto que se clarificaba el contenido de los temas tenía más bien el tinte de otro tipo de enseñanza que la universitaria. Marcos se quedaba sorprendido. Enseñar, compartir el amplio conocimiento era vital. Si no se comprendía, no dejaba de ser una afirmación teórica. 

Esa anécdota le quedó en el corazón. Ahora, al leer esos textos, recordaba la incidencia de su profesor: “¡Qué simple es la salvación! Tan solo afirma que lo nunca fue verdad no es verdad ahora ni lo será nunca. Eso es todo. ¿Podría ser esto difícil de aprender para aquel que quiere que sea verdad?”

“Lo único que puede hacer que una lección tan fácil resulte difícil es no estar dispuesto a aprenderla. ¿Cuán difícil puede ser reconocer que lo falso no puede ser verdad, y lo que es verdad no puede ser falso? Ya no puedes decir que no percibes ninguna diferencia entre lo falso y lo verdadero”. 

“Se te ha dicho exactamente cómo distinguir lo uno de lo otro, y lo que tienes que hacer si te confundes. ¿Por qué, entonces te empeñas en no aprender cosas sencillas como estas?”

Marcos grababa en su mente donde radicaba la dificultad de aprender la salvación: “Lo único que puede hacer que una lección tan fácil resulte difícil es no estar dispuesto a aprenderla”. Esa saeta le dio en el blanco de su corazón. Esa saeta bien clara, bien comprendida encontraba su diana. 

Se preferían mil rodeos, se ponían de manifiesto elucubraciones, teorías, posibilidades para hacerla difícil de comprender. Quizás para tapar la decisión triste de que esa enseñanza no llegara a nuestra vida y la transformara. Nuestra mente quedaba así muy ufana. 

Tan osada que se atrevía a decir a un buen profesor que su docencia clara y sencilla no tenía altura universitaria porque todo se daba muy bien entendido. La mente se defendía y ponía sus criterios. Sólo nos quedaba vivir esas enseñanzas y descubrir los enormes misterios que llevaba en ella misma encerrados. 

Ese conocimiento profundo era inaccesible para aquellos que no osaban ponerla en práctica. Ni conocían su poder, ni conocían lo que escondía en una vida práctica. Pero, eso sí, se ufanaban de que lo sabían todo y ponían en entredicho a un profesor universitario.

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