Santiago daba un repaso en su mente a la curiosidad que había en nuestra mente de ser definidos por los demás. Su esposa que era más astuta buscaba la definición personal en libros y en tests de personalidad. Entendía que la opinión de los demás estaban sesgadas por la experiencia que tenían entre ellas.
Libros con apariencia científica ofrecían un método inicialmente objetivo. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que cada tipo de test estaba orientado hacia una definición filosófica del ser humano. Es decir, primero se establecía la concepción que se tenía de la persona, después se comparaba con los casos concretos.
Aquella tipología que no pasaba por nuestra mente, nos definía como faltos de “algo”, “incompletos”. No era ni más ni menos que dos conceptos distintos de la persona. Las coincidencias entre ellas eran casuales. No definían la esencia sino las diferencias de planteamientos.
Por ello, de una forma inconsciente todos apreciábamos ser definidos por una persona que nosotros admirábamos. La admiración mutua nos ponía en una línea similar del concepto de la persona. Quizás las ideas del siguiente párrafo nos den una orientación en esa línea de busca nuestra definición.
“No hay ninguna cosa viviente que no comparta la Voluntad universal de que goce de plenitud y de que tú no seas sordo a su llamada”.
“Sin tu respuesta esta llamada se deja morir, de la misma manera en que se la salva de la muerte cuando tú oyes en ella la llamada ancestral a la vida y comprendes que es tu propia llamada”.
“El Cristo en ti recuerda a Dios con la misma certeza con la que Él conoce Su Amor. Pero Dios sólo puede ser Amor si su Hijo es inocente. Pues ciertamente sería miedo, si aquel a quien Él creó inocente pudiera ser esclavo de la culpabilidad”.
“El Hijo perfecto de Dios recuerda su creación. Pero en su culpabilidad se ha olvidado de lo que realmente es”.
Santiago se sentía pleno con esa definición de lo que realmente era. Su corazón latía de una forma intensa y gozosa. “El Cristo en ti recuerda a Dios con la misma certeza con la que Él conoce Su Amor”.
Aceptar la vida de Cristo en nosotros por nuestra libertad. Aceptar esa grandeza que éramos en el principio. Aceptar que dentro de nosotros habita la plenitud y dejarla salir con toda su extensión y comprensión. Estamos completos y eso nos reconforta totalmente.
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