Santiago iba adentrándose en el camino de la comprensión de su forma de pensar y de ver el mundo que le rodeaba. Sabía que la percepción era fundamentalmente interpretación. La pregunta surgía en su interior. ¿Cómo se podía interpretar? ¿Qué ideas actuaban como referencia y comparación de la interpretación?
Al leer aquellas palabras su mente se iba abriendo y sus ojos destellaban con la mirada del encuentro de la solución. “El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referencia interno: las ideas predominantes, los deseos y las emociones que albergan nuestras mentes”.
“La proyección da lugar a la percepción. Primero miramos en nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver; luego proyectamos ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal como lo vemos. Hacemos que sea real mediante las interpretaciones que hacemos de lo que estamos viendo”.
“Si nos valemos de la percepción para justificar nuestros propios errores – nuestra ira, nuestros impulsos agresivos, nuestra falta de amor en cualquier forma que se manifieste – veremos un mundo lleno de maldad, destrucción, malicia, envidia y desesperación”.
“Tenemos que aprender a perdonar todo esto, no porque al hacerlo seamos “buenos” o “caritativos”, sino porque lo que vemos no es real. Hemos distorsionado el mundo con nuestras absurdas defensas y, por lo tanto, estamos viendo lo que no está ahí”.
“A medida que aprendamos a reconocer nuestros errores de percepción, aprenderemos también a pasarlos por alto, es decir, a “perdonarlos”. Al mismo tiempo nos perdonaremos al mirar más allá de los conceptos distorsionados que tenemos de nosotros mismos, y ver el Ser que Dios creó en nosotros, como nosotros”.
Con el mecanismo de la proyección, Santiago reconocía cómo funcionábamos realmente. No era lo externo lo que nos daba la información. Era lo interno lo que daba la interpretación. De ahí que debíamos cuidar nuestro mundo interno para poder ver ese mundo personal nuestro en la percepción.
Si el cielo estaba en nuestros adentros, el cielo se reflejaba en lo exterior. Nuestra interpretación veía el cielo sin lugar a dudas. El perdón nos daba el sendero para comprender a los demás y a nosotros mismos.
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