A Sebas le encantaba conocerse a sí mismo. Desde pequeño le encantó saber la fórmula del agua. Dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Eso no le impedía gozar de la frescura del agua. Su belleza en el río transcurriendo le había inspirado muchos momentos.
La sensación de sentirse saciado en su sed le había hecho sentirse pleno. Su cuerpo gozaba con la presencia del agua pura en su vida. Era un encanto que le atraía mucho. Había descubierto un venero natural en una corriente que se deslizaba cerca de la casa de campo donde estaba.
Al principio creía que llenaban la garrafa directamente en el agua del río. Pero le hicieron ver cerca de la superficie una veta de agua pura vertiéndose en la corriente. Era pequeña. Debía mirar con cuidado. Pero allí estaba. Con esa humildad pasmosa de la vida. El agua pura salía casi sin ser notada.
Sebas sabía que formaba parte de la vida, parte del aire. También en el aire se encontraba oxígeno e hidrógeno. Todo formaba una maravillosa unidad que se combinaba de diferentes formas para ser útil para el ser humano. Ahora lidiaba con dos aspectos vitales para su vida: la percepción y la conciencia.
“La percepción es una función del cuerpo, y, por lo tanto, supone una limitación de la conciencia. La percepción ve a través de los ojos del cuerpo y oye a través de sus oídos. Produce las limitadas reacciones que éste tiene”.
“El cuerpo aparenta ser, en gran medida, auto-motivado e independiente, mas en realidad sólo responde a las intenciones de la mente. Si la mente lo utiliza para atacar, sea de la forma que sea, el cuerpo se convierte en la víctima de la enfermedad, la vejez y la decrepitud”.
“Si la mente acepta, en cambio, el propósito del Espíritu Santo, el cuerpo se convierte en un medio eficaz de comunicación con otros -invulnerable mientras se le necesite- que luego sencillamente se descarta cuando deja de ser necesario”.
“De por sí, el cuerpo es neutro, como lo es todo en el mundo de la percepción. Utilizarlo para los objetos del ego o para los del Espíritu Santo depende enteramente de lo que la mente elija”.
Sebas se admiraba de la posición neutra del cuerpo. El cuerpo no era malo ni bueno. Era una afirmación que le liberaba. El culto al cuerpo y los complejos de belleza del cuerpo carecían de sentido en sí mismo. Todo ello era una decisión de la mente.
Quien dirigía el cuerpo era la mente. La percepción era una limitación de la conciencia. La plenitud no procedía de la apariencia física. Era la manifestación de la riqueza interna. Así todo estaba tan claro como el agua pura.
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