Carlos era consciente del papel de la mente y de la formación personal en la interpretación de todas las sensaciones que le llegaban a través de sus ojos y de sus oídos. Recordaba una experiencia en la que un grupo de personas se encontró a las dos de la madrugada en una calle tenuemente iluminada.
De repente, un ruido estruendoso se produjo en la calle. La falta de luz les impedía saber exactamente qué había ocurrido. No sabían las causas de tal acontecimiento sonoro. De pronto, sin ninguna orden exterior, el grupo se dividió en pequeños grupos.
En uno de ellos, las personas se abrazaban entre sí creyendo que era un incidente que atentaba contra sus vidas. El temor, el miedo, el pánico y los lloros los sobrecogía. En otro grupo, las personas se reían con paz y tranquilidad diciéndose entre sí que el susto no era para tanto.
Otro grupo se puso a orar. Otros se fueron al origen del estruendo para conocer de primera mano la causa del incidente. Una categoría de personas con almas de periodistas que decidían conocer las noticias de primera mano. Sin lugar a dudas, cada persona interpretaba.
Carlos se sintió sorprendido al ver la distinta reacción de las personas ante el mismo hecho. Y eso le hizo ver que su mente interpretaba. Los deseos y los anhelos interiores interpretaban. Así se centraba en aquellas líneas que le hablaban de interpretación.
“Lo opuesto a ver con los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la cual refleja fortaleza en vez de debilidad, unidad en vez de separación y amor en vez de miedo”.
“Lo opuesto a oír con los oídos del cuerpo es la comunicación a través de la Voz que habla en favor del Creador, el Espíritu Santo, el cual mora en cada uno de nosotros”.
“Su Voz nos parece distante y difícil de oír porque el ego, que habla en favor del yo falso y separado, parece hablar a voz en grito. Sin embargo, es todo lo contrario. El Espíritu Santo habla con una claridad inequívoca y ejerce una atracción irresistible”.
“Nadie puede ser sordo a Sus mensajes de liberación y esperanza, a no ser que elija identificarse con el cuerpo, ni nadie puede dejar de aceptar jubilosamente la visión de Cristo a cambio de la miserable imagen que tiene de sí mismo”.
Carlos veía una nueva vía para interpretar todo lo que le llegaba desde el exterior. Con el Creador veía que se reflejaba fortaleza, unidad y amor. Con los ojos y los oídos solamente su ego captaba debilidad, separación y miedo.
¡Cuántas veces, de niño, recordaba el apoyo de su madre! Iba a ella lleno de debilidad, separación y miedo en algunas ocasiones por incidencias sucedidas. Su madre, con confianza, le hacía ver fortaleza, unidad y amor. Lo llenaba de confianza y sentía una paz en su interior que lo volvían una persona distinta.
Sin lugar a dudas, había escuchado, a través de su madre, la Voz del Espíritu Santo. Su interpretación había cambiado y la alegría retornaba a su cuerpo y se iba totalmente distinto a como había venido.
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