David se había preguntado en varias ocasiones y a diferentes edades cuál era el propósito de su existencia, el propósito de su vida, el objetivo de su experiencia. Pensaba que ese itinerario debía ser una orientación que deberían recibir todos al desembarcar en este mundo.
De la misma manera que se aprendía a leer, se debería aprender ese punto final en nuestra vida que nos diera orientación en nuestros pasos y en nuestros pensamientos. La vida nos debía esa apreciación, ese conocimiento, esa determinación.
Leyendo aquellas líneas, David se regocijaba porque resonaban en su interior y su corazón le decía que era verdad lo que allí se proponía: “El verdadero propósito de este mundo es usarlo para corregir tu incredulidad”.
“Nunca podrás controlar por ti mismo los efectos del miedo porque el miedo es tu propia invención, y no puedes sino creer lo que has inventado. Creer en algo produce la aceptación de su existencia. Por eso puedes creer lo que nadie más piensa que es verdad. Para ti es verdad porque tú la fabricaste”.
“El amor perfecto expulsa al miedo. Si hay miedo, es que no hay amor perfecto. Pero, sólo el amor perfecto existe. Si hay miedo, este produce un estado que no existe”.
David quería ir corrigiendo esa incredulidad que le impedía progresar en el amor perfecto. El amor perfecto rechazaba al miedo. Cuando sentía miedo, sabía que el amor perfecto no estaba en él. La realidad era que sólo el amor perfecto existía. El miedo era capaz de crear una irrealidad.
Creer que nuestro corazón estaba bañado de amor, de comprensión, de unión, de unidad y de confraternización era ir deshaciendo el error de esa incredulidad que debíamos corregir.
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