lunes, marzo 5

EL DON DE LA VIDA

Enrique trataba de encontrar la piedra filosofal de la vida. Esa idea que cambiara por completo nuestros conceptos, nuestras ideas y nuestras reacciones. Un nuevo camino que nos dirigiera hacia lo mejor de nuestras actitudes, lo mejor de nuestros anhelos, lo mejor de nuestra alma. 

En su interior pervivía esa idea sin descanso. La buscaba año tras año. Su intuición le advertía de su existencia. Su emoción lo impulsaba en su búsqueda. Su pensamiento no cejaba en sus reflexiones alrededor de ese elemento transformador. 

Leyendo aquel párrafo le parecía que iba dando con la solución: “La visión de Cristo es el don del Espíritu Santo, la alternativa que Dios nos ha dado contra la ilusión de la separación, y la creencia en la realidad del pecado, la culpabilidad y la muerte”. 

“Es la única corrección para todos los errores de percepción: la reconciliación de los aparentes opuestos en los que se basa este mundo. Su benévola luz muestra todas las cosas desde otro punto de vista”. 

“Ese otro punto de vista refleja el sistema de pensamiento que resulta del conocimiento y haciendo que el retorno a Dios no sólo sea posible, sino inevitable”. 

“Lo que antes se consideraba una injusticia que alguien cometió contra otro, se convierte ahora en una petición de ayuda y de unión. El pecado, la enfermedad, y el ataque se consideran ahora percepciones falsas que claman por el remedio que procede de la ternura y del amor”. 

“Las defensas se abandonan porque donde no hay ataque no hay necesidad de ellas. Las necesidades de nuestros hermanos se vuelven las nuestras, porque son nuestros compañeros en la jornada de nuestro regreso a Dios”. 

“Sin nosotros, ellos perderían el rumbo. Sin ellos, nosotros jamás podríamos encontrar el nuestro”. 

Enrique sopesaba las transformaciones que se producían. Cambios que eran comprendidos por nuestra mente. Actitudes que entraban en la bondad de nuestros corazones. Dicha sin igual que dibujaba un panorama ideal acariciado muchas veces por nuestras imaginaciones y deseos más hermosos. 

Y esa visión se iba instalando en ese interior que le palpitaba en el pecho. Iba tomando su lugar en su mente y su corazón, con su latir, le decía que se encontraba feliz y vibrante ante tal situación que se abría ante sus ojos.

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