Daniel, a lo largo de su vida en la enseñanza, había constatado que los alumnos apreciaban y valoraban a los profesores comprensivos capaces de llevar con autoridad moral y razonable la disciplina en el aula. Otros profesores, en cambio, tratando de ser muy amigables con los alumnos tenían serios problemas.
Los ambientes donde se sentían la autoridad, la disciplina dentro de una libertad de actuación, favorecían el estudio, la reflexión, los debates, la libre expresión y la paz en las discusiones. Eso daba la seguridad a los alumnos para poder abrirse y compartir sus ideas propias.
No tenían la intimidación de los compañeros de clase para compartir sus ideas. Un buen ambiente era muy apreciado. Todos se sentían libres y naturales. Y eso era un tesoro.
Daniel empezaba en ese contexto a comprender un poco más los miedos. “Todo miedo se reduce, en última instancia, a la básica percepción errónea de que tienes la capacidad de usurpar el poder de Dios”.
“Por supuesto, no puedes hacer eso, ni pudiste jamás haberlo hecho. En esto se basa el que puedas escaparte del miedo. Te liberas cuando aceptas la Expiación, lo cual te permite darte cuenta de que en realidad tus errores nunca ocurrieron”.
“Sólo después del sueño profundo que se abatió sobre Adán pudo este experimentar pesadillas. Si de repente se enciende una luz cuando alguien está teniendo un sueño aterrador, puede que inicialmente interprete la luz como parte de su sueño y tenga miedo de ella”.
“Sin embargo, cuando despierte, la percibirá correctamente como su liberación del sueño, al que dejará entonces de atribuir realidad. Esta liberación no se basa en engaños ni ilusiones”.
“El conocimiento que ilumina no sólo te libera, sino que también te muestra claramente que eres libre”.
Daniel sabía los momentos de dificultad que pasaban algunos de sus alumnos que no eran respetados por el grupo. Conocía un poco del acoso escolar que se desarrollaba muy puntualmente en algunos casos. Una insensatez. Una pesadilla que angustiaba a los alumnos.
Cuando sus alumnos fueron capaces de abrirse a él, la pesadilla del acoso empezó a decrecer por no aceptarla en sus angustias ni en sus pesadillas. Había que despertarse y compartir.
Ahora veía que las pesadillas de imponer la autoridad, de usurparla sin orden ni concierto, con las desigualdades entre los diferentes jefecillos de los grupos, provocaban sufrimiento horrible. Quitarle a Dios su lugar con sus normas amorosas era la causa de nuestra desgracia.
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