Mario no acababa de creérselo. Era demasiado fuerte lo que le estaba llegando a su interior. ¿Era verdad lo que estaba leyendo? La afirmación de que la expiación se basaba en la corrección de errores en nuestros conceptos le llegaba al alma.
Era como si la expiación fuera igual a la subsanación de errores de planteamientos, de ideas, de actitudes, de consideraciones ante nosotros mismos y ante los demás. Por una parte, lo consideraba fácil; por otra parte, entendía que lo básico del ser humano era adquirir una manera de pensar adecuada.
No era tan diferente a la educación, al aprendizaje, a la sabiduría y a la elección personal de la libertad de cada persona. Ese era nuestro camino en la vida y nuestra senda en nuestro devenir diario.
Aprender y cambiar. Reconocer la sabiduría e incorporarla a nuestra vida. Valorar lo sabio por encima de nuestros errores y nuestros deseos de perpetuar el error para no dejar de tener razón. Lo importante no era tener razón. Lo esencial era vivir esa razón o verdad en nuestra vida natural.
“Yo estoy a cargo del proceso de Expiación, que emprendí para darle comienzo. Cuando le ofreces un milagro a cualquiera de mis hermanos, te lo ofreces a ti mismo y a mí. La razón por la que te lo ofreces a ti mismo primero es porque yo no necesito milagros para mi propia Expiación, pero estoy detrás de ti por si fracasas temporalmente”.
“Mi papel en la Expiación es cancelar todos los errores que de otro modo tú no podrías corregir. Cuando se te haya restituido la conciencia de tu estado original pasarás naturalmente a formar parte de la Expiación. A medida que compartas conmigo mi renuencia a aceptar error alguno en ti o en los demás, te unirás a la gran cruzada de corregirlos”.
“Escucha mi voz, aprende a deshacerlos y haz todo lo necesario para corregirlos. Tienes el poder de obrar milagros. Yo proveeré las oportunidades para obrarlos, pero tú debes estar listo y dispuesto”.
“El obrarlos trae consigo convicción en la capacidad, ya que la convicción llega con el logro. La capacidad es el potencial, el lograrlos es su expresión, y la Expiación – la profesión natural de los Hijos de Dios – es el propósito”.
Mario estaba sin palabras, pero contento. El silencio caía sobre él, pero la plenitud lo invadía. Se sentía como un niño, como un infante, con ganas de aprenderlo todo, con ganas de incorporar a su vida la sabiduría y la luz de la verdad.
Se repetía las palabras que había leído: “Escucha mi voz, aprende a deshacerlos y haz todo lo necesario para corregirlos. Tienes el poder de obrar milagros. Yo proveeré las oportunidades para obrarlos, pero tú debes estar listo y dispuesto”.
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