Guille se sentía muy bien. Veía un rayo de luz en su mente, en su visión y en su horizonte. La idea de reconsiderar las cuestiones tenía un límite. La adversidad atacaba con dureza. Sin embargo, llegaba un momento donde las defensas cedían y dejaban pasar los sentimientos de aceptación.
Esa puerta abierta en cada uno de nosotros le alegraba mucho. Nada se podía perder. Siempre la luz podía penetrar donde nada más podía hacerlo. Siempre la esperanza dejaba su energía intacta para alcanzar las cimas más difíciles. El cambio era posible. Estaba escrito en cada célula del cuerpo.
“El que todos acepten la Expiación es sólo cuestión de tiempo. Tal vez parezca que esto contradice su libre albedrío, dada la inevitabilidad de la decisión final, pero en realidad no es así”.
“Puedes aplazar lo que tienes que hacer y eres capaz de enormes dilaciones, pero no puedes desvincularte completamente de tu Creador, Quien fija los límites de tu capacidad de crear falsamente”.
“Una voluntad aprisionada engendra una situación tal, que, llevada al extremo, se hace completamente intolerable. La resistencia al dolor puede ser grande, pero no es ilimitada”.
“A la larga, todo el mundo empieza a reconocer, por muy vagamente que sea, que tiene que haber un camino mejor. A medida que este reconocimiento se arraiga más, acaba por convertirse en un punto decisivo en la vida de cada persona”.
“Esto finalmente vuelve a despertar la visión espiritual y, al mismo tiempo, mitiga el apego a la visión física. Este alternar entre los dos niveles de percepción se experimenta normalmente como un conflicto que puede llegar a ser muy agudo”.
“Aun así, el desenlace final es tan inevitable como Dios”.
Guille quedaba mudo. La afirmación era clara, certera, precisa y definitoria de nuestra forma de ser. La repetía: “Esto finalmente vuelve a despertar la visión espiritual y, al mismo tiempo, mitiga el apego a la visión física. Este alternar entre los dos niveles de percepción se experimenta normalmente como un conflicto que puede llegar a ser muy agudo”.
Sin embargo, la conclusión de dicho conflicto siempre tomaba la misma dirección: “Aun así, el desenlace final es tan inevitable como Dios”.
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