Benito, desde pequeño, había escuchado tanto de sus padres como de sus familiares que tenía que defenderse. Si alguien le hacía algo, él debía reaccionar y defenderse. Él debía también atacar. Solamente un tonto, le recalcaban, se quedaba sin la debida reacción de ataque.
Recordaba un hecho de unos de sus familiares que habían tenido un incidente con el coche. Se produjo un choque entre ambos y se dañaron. La otra persona bajó del coche y se disculpó ante su familiar. Había tenido un despiste y no sabía cómo no había parado para evitar el encuentro.
Su familiar se quedó tranquilo ante tal respuesta. No había problema. El reconocimiento del hecho por aquella persona lo aclaraba todo. Hicieron el parte conjuntamente y dibujaron cómo sucedió todo. Una situación aclarada y finiquitada en la mente del familiar.
Sin embargo, tres semanas después, recibió una notificación de aquella persona que lo había reconocido y ahora había cambiado su versión totalmente. Afirmaba que la culpa no era suya. El choque ocurrió por un error de la otra persona. Su familiar quedó sin palabras. Un cambio inesperado.
La idea de atacar se había impuesto y fue capaz de cambiar su afirmación inicial. Las personas, sumidas en sus sueños de ataque, no podían concebir que pudieran vivir sin ataque. Ante las ideas de aquel párrafo, Benito ahondaba en su interior y en la comprensión de los sueños de ataque de las personas.
“La Expiación es un compromiso total. Puede que aún asocies esto con perder, equivocación ésta que todos los Hijos de Dios separados cometen de una u otra forma. Resulta difícil creer que una defensa que no puede atacar sea la mejor defensa”.
“Eso es lo que se quiere decir con ‘los mansos heredarán la tierra’. Literalmente se apoderarán de ella debido a su fortaleza. Una defensa de doble filo es intrínsecamente débil precisamente porque tiene dos filos, y puede volverse contra ti inesperadamente”.
Benito observaba que, en el mundo del sueño, donde las leyes del ego dominaban, la defensa era el mejor ataque. Pero en el mundo de la realidad donde el espíritu reinaba la Expiación o perdón era nuestra verdadera protección. Lo excelso en nosotros no era el cuerpo, o mundo del sueño, era el espíritu.
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