Benjamín trataba de unir y clarificarse en su mente el papel del cuerpo y del espíritu en la vida de las personas. Era cierto que el cuerpo tenía sus leyes físicas y químicas que lo gobernaban. Había que cuidarlo debidamente. El Espíritu, en cambio, tenía una influencia en el funcionamiento del cuerpo muy evidente.
Si nos fijábamos en el cuerpo, se podían hacer muchas comparaciones y diferencias. Altos, bajos, color de la piel, forma de hablar, apariencia y culto al cuerpo. Todas esas cualidades nos separaban a los humanos. Nuestra apariencia decía la región aproximada del globo terrestre de nuestro nacimiento.
Las diferencias corporales entre los humanos creaban odios y afinidades. El espíritu, en cambio, era similar a todas las personas. El amor a los hijos, el cuidado de nuestra familia, la unión emocional con los nuestros, no conocía regiones diferentes del globo terrestre.
Fuimos creados a imagen de Dios. La imagen estaba en el espíritu, no en el cuerpo. Dios no era ni es un cuerpo. El Espíritu lo definía como esencia. Benjamín cada día iba teniendo la idea más clara de la superioridad del espíritu en la vida de las personas.
“El milagro es en gran medida como el cuerpo, en el sentido de que ambos son recursos de aprendizaje para facilitar un estado en el que finalmente se hacen innecesarios”.
“Cuando se alcanza el estado original de comunicación directa con el espíritu, ni el cuerpo ni el milagro tienen objeto alguno. Pero mientras creas que estás en un cuerpo, puedes elegir entre canales de expresión sin amor o canales de expresión milagrosos”.
“Puedes fabricar un armazón vacío, pero es imposible que no puedas expresar nada en absoluto. Puedes esperar, demorarte, paralizarte o reducir tu creatividad a casi nada, pero no puedes abolirla”.
“Puedes destruir tu medio de comunicación, pero no tu potencial. Tú no te creaste a ti mismo”.
Benjamín sabía que el reino del cuerpo era temporal, mientras que el reino del espíritu era eterno. Cualquier cosa que debía decidir la hacía pasar por ese tamiz de temporalidad o eternidad.
El amor, el respeto, la admiración, tenían esas ideas de eternidad que nunca faltarían a una persona. Otras cosas diferentes y opuestas eran aspectos temporales que durarían cierto tiempo, pero cesarían de ser en un momento oportuno.
Benjamín veía que el hombre tenía en sus manos, en las decisiones de cada momento de su vida, la posibilidad de seguir el reino temporal del cuerpo o el reino eterno del espíritu. Concluía que el cuerpo debía estar subsumido al reino eterno del espíritu.
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