Iván jugaba con una expresión que había escuchado en la clase de física. La definición de oscuridad le había impactado. No podía ser definida directamente. Se marcaba como una ausencia. La oscuridad era falta de luz. Donde no había luz había oscuridad.
Con la presencia de la luz todo estaba claro. Todo se veía. Todo estaba al alcance de nuestros ojos. Con la oscuridad éramos torpes, inoperantes, presos de nuestros movimientos inseguros, desorientados y faltos de situación precisa.
La luz todo lo arreglaba. Por ello, cuando faltaba la luz, faltaba la vida. Iván jugaba con varias definiciones que respondían a la carencia, a la falta de. La oscuridad era falta de luz, el pecado era falta de amor, la escasez era falta de abundancia.
“La oscuridad es falta de luz de la misma manera en que el pecado es falta de amor. No tiene cualidades propias. Es un ejemplo de la creencia en la ‘escasez’ (falta de abundancia)”. Y de estas tres carencias se derivan errores. Cuando hay falta de luz nos tropezamos (error). Cuando hay falta de amor, atacamos (error). Cuando hay falta de abundancia, nos indignamos (error).
“El vacío que el miedo engendra tiene que ser sustituido por el perdón. La ley en sí, si se entiende correctamente, sólo ofrece protección. Son los que aún no han cambiado su forma de pensar quienes han introducido en la ley la idea de ‘las llamas del infierno’”.
“Aquellos que dan testimonio de mí están expresando, por medio de los milagros que obran, que han dejado de creer en la carencia, en la falta de, en favor de la abundancia que han aprendido les pertenece”.
Iván se regocijaba. Cuando se enfadaba, cuando se enojaba, cuando reaccionaba súbitamente, se daba cuenta de que entraba en la oscuridad (falta de luz). Cuando concluía que no perdonaba, entraba en el pecado (falta de amor). Cuando se quejaba de su situación precaria, maldecía su carencia (falta de abundancia).
Ahora sabía el camino para no dejar más la luz, el amor y la abundancia.
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