Pablo abría los ojos con toda atención. Aquellas líneas se deslizaban por su mirada con la fuerza de una potencia nueva que había descubierto. Una cárcel impuesta a nosotros por nosotros mismos. “Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción, queda atrapado en un sueño”.
Pablo recordaba con mucha nitidez la caída de una de sus percepciones y de uno de sus sueños. Durante su niñez y su primera juventud encontraba tranquilidad y confianza en los valores religiosos que le habían enseñado en la escuela.
Ahora en su primera madurez veía que debía dar ciertos pasos en un camino distinto al que le habían enseñado, al que le habían repetido, al que él mismo le había dado su confianza. El mundo de su percepción cambiaba. Lo interpretaba de distinta manera. Pero no era consciente de que estaba atrapado.
Una noche tuvo un sueño de una angustia vital. Decidía dar el paso en el nuevo camino. Esa afirmación interna no estaba solamente en su razón. Estaba también grabada en su subconsciente. Desde allí recibía la idea de que su seguridad desaparecía.
Su suelo se convertía en un abismo por el que se precipitaba hacia abajo sin ningún sostén que le diera apoyo. Bajaba, bajaba, se hundía, se hundía. La angustia subía, subía. El sudor empapaba su cuerpo. La desesperación hacía presa de su pánico.
De repente, su cuerpo dio en el suelo de su habitación. Se despertó. El sueño desapareció. Se dio cuenta de lo que había pasado. El miedo estaba presente en su angustia interna. Poco a poco, la paz retornaba a su cuerpo. Bendijo a la naturaleza que le había dado ocasión de despertarle.
Se subió a su cama. Y afirmó su decisión de seguir adelante. El sueño vino en su ayuda y la angustia desapareció como una niebla vespertina. Fue consciente de su prisión. “No puede escapar sin ayuda, porque todo lo que sus sentidos le muestran da fe de la realidad del sueño”.
Cada uno creaba su propio sueño. Unos creían que tenían enemigos. Otros creían que sus padres no les amaban. Interpretaban, en ocasiones, que cuando sus amigos se reían, se reían de ellos. La desconfianza surcaba sus mentes. Las intenciones equivocadas eran puestas sobre las demás personas.
Recordaba un amigo que le enseñó toda una serie de fotos para indicarle que sus padres no le querían. Siempre le ponían en los lugares más desfavorecidos de esas fotos. Vivía ese sueño con fuerza. Se sentía solo. “No puede escapar sin ayuda, porque todo lo que sus sentidos le muestran da fe de la realidad del sueño”.
El sueño es poderoso y totalitario. Enfocar el mundo de diferente manera, fuera del sueño, era posible. Todo lo que provenía de la percepción podía interpretarse de diferente forma. Pablo no quería quedar atrapado otra vez en el sueño. Todo en el mundo podía interpretarse con una mirada limpia y ayudadora.
El perdón daba ese poder para no entrar en los sueños. El perdón era capaz de llegar a las verdades internas del alma. Podía romper malentendidos y vibrar en la comprensión y en el amor. “El perdón es el recurso de aprendizaje excelso que el Espíritu Santo utiliza para llevar a cabo ese cambio en nuestra manera de pensar”.
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