Abel, en varias ocasiones, había descubierto que sus deseos en ciertos momentos de su vida, no eran válidos para otras situaciones. La comprensión de lo que nos estaba pasando, en ocasiones, no estaba claro en nuestras manifestaciones. En ciertos momentos creíamos que era tal o cual cosa y pedíamos que desapareciera de nuestras vidas.
Esa falta de serenidad, de comprensión y de paciencia, nos han precipitado por caminos equivocados. Y esas equivocaciones nos han llevado a determinar que cierto punto debía ser superado. Hemos hecho todos los esfuerzos para quitarlo de nuestra existencia.
Solamente, con el paso de los años, nos hemos dado cuenta de nuestro error en ese planteamiento que teníamos. Esa luz que se iba metiendo en nuestros pensamientos nos daban claridad. Entonces concluíamos que era una focalización totalmente errónea los senderos que creíamos que debían desaparecer.
“Supongamos, pues, que lo que pides al Espíritu Santo es lo que realmente deseas, pero aún tienes miedo de ello. Si ese fuese el caso, obtenerlo ya no sería lo que deseas”.
“Por eso es por lo que algunas formas de curación no se logran, aun cuando se haya logrado el estado de curación. Un individuo puede pedir ser curado físicamente porque tiene miedo del daño corporal”.
“Al mismo tiempo, si fuese curado físicamente, la amenaza que ello representaría para su sistema de pensamiento podría causarle mucho más miedo que la manifestación física de su aflicción”.
“En ese caso no estaría pidiendo realmente que se le liberase del miedo, sino de un síntoma que él mismo eligió. Por lo tanto, no estaría pidiendo realmente ser curado”.
Abel comprendía que toda curación era un cambio de pensamiento. Si nos centrábamos solamente en el aspecto físico sin conectarlo con el pensamiento se establecía una separación que nos haría daño. Toda curación se centraba únicamente en el cambio de pensamiento.
Al eludir el cambio de pensamiento, la misma petición se convertía en miedo y no obteníamos esa petición porque estaba basada en el miedo.
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