domingo, junio 9

LOS DESEOS DISTORSIONAN LA REALIDAD


Carlos admitía que los deseos, cuando acudían a su vida, distorsionaban tanto su percepción que no miraba nada que no fuera nada más que defender sus deseos y conseguirlos por encima de todo. Elaboraba buenos argumentos, mostraba buenas reflexiones para convencer a los demás. 

En el fondo, sabía que estaba burlando las barreras de la prudencia, la claridad de la verdad, la lógica de todo el conocimiento que había adquirido. Reconocía que sus deseos se imponían y no cejaba en pensar en ellos, y crear argumentos para conseguirlos por encima de todo. 

Con razón había aprendido que la mente era neutra, que los razonamientos eran neutros, que las ideas eran neutras. Solamente adquirían una dirección distorsionada cuando había un deseo que las guiara en cierta dirección. Los razonamientos no podían decidir si el fin de esos deseos eran equivocados. No era su función. 

“Tal vez te preguntes cómo es posible que la voz de algo que no existe pueda ser tan insistente. ¿Has pensado alguna vez en el poder de distorsión que tiene lo que deseas, aun cuando no es real?” 

“Son muchos los casos que demuestran cómo lo que deseas distorsionan tu percepción. Nadie puede dudar de la pericia del ego para presentar casos falsos. Ni nadie puede dudar tampoco de que estás dispuesto a escucharle hasta que decidas no aceptar nada excepto la verdad”. 

“Cuando dejes de lado al ego, éste desaparecerá. La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla. No puede ser más potente sin que viole tu libertad de decisión, que el Espíritu Santo intenta restaurar, no menoscabar”. 

Carlos se daba cuenta de que él mismo, al darse al ego, perdía su capacidad de percepción. Esa merma en su capacidad de percepción le hacía perder su libertad. El razonamiento neutro se enfilaba hacia la parcialidad y perdía de vista la verdad de la auténtica realidad. 

Dejar de lado al ego era tan fácil como dejar de lado a nuestros deseos. La percepción sin deseos funcionaba con claridad meridiana. No distorsionaba nuestras ideas, ni nuestros pensamientos. La fuente estaba en nosotros. Por ello, nosotros éramos los que debíamos dejar de lado al ego, a nuestros deseos.

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